Cuando recibimos el diagnóstico de nuestros hijos, la mayoría de los papás no tenemos la más remota idea de lo que se trata y mucho menos lo que podrá significar en el futuro.
Mucha de la gente que nos rodea empieza a opinar y recomendar médicos y lugares para llevar a nuestros hijos, desde terapias tradicionales hasta un sinfín de cosas alternativas o todo tipo de remedios. Hay que entender que lo hacen con la mejor intención, pero en muchos casos están más desorientados que nosotros mismos.
Queremos que nuestro hijo “se cure”, así es que acudimos a lo que creemos podría funcionar o a lo que tuvimos mucha presión de familiares o amigos; también suele pasar que llevamos a nuestro hijo a alguna terapia a la que acude algún niño que conocemos y en el que hemos visto resultados, sin embargo, esos resultados que esperábamos ver, no llegan.
Varios papás hemos platicado todas las cosas que hicimos y los lugares a los que llevamos a nuestros hijos de pequeños, muchas de ellas no funcionaron o con el tiempo nos dimos cuenta que eran absurdas, pero es que al principio no logras entender que un daño neurológico puede tener secuelas diferentes en cada niño aunque el diagnóstico sea el mismo y que en la mayoría de los casos la condición es para siempre.
Son pocos los papás que conozco que desde un principio tenían claro el camino por recorrer y que no han probado cada remedio recomendado, sino que están enfocados únicamente en las terapias que están comprobadas que funcionan y que creen son lo mejor para sus hijos.
Si bien con el paso del tiempo comprendemos que muchas terapias o remedios parecen absurdos, lo que se demuestra es que todo esto lo hacemos por el amor hacia nuestros hijos y tratamos de darles lo mejor posible.