De entre todos los guerreros había uno que sobresalía, no era más valiente que los demás, ni era el más fuerte, sólo era el que tenía el sueño más grande. Quería alcanzar una estrella. Practicaba todos los días, entrenaba más tiempo del requerido, perfeccionaba su arco, pulía sus flechas y siempre estaba intentando superarse.
No alcanzó a flechar la estrella, pero es recordado como el que más cerca ha estado de lograrlo.
Entre los recuerdos de mi infancia, está esta historia, están mis padres contándola una y otra vez cuando algún reto nos parecía demasiado grande.
Pasaron los años y me enfrenté al principal reto que he tenido en la vida; las necesidades especiales de mi hija. Así, como lo hizo el guerrero, hacemos la terapia diaria, perfeccionamos los métodos, nos levantamos temprano y nos acostamos tarde analizando las posibilidades y caminos a seguir, soñamos y soñamos grande.
En este camino he tenido la fortuna de caminar de la mano con grandes mamás, guerreras, soñadoras, inagotables fuentes de tenacidad, amor y esperanza para sus hijos. Para todas ellas, flechadoras del cielo, va mi reconocimiento, y sobre todo mi agradecimiento. Nadie podría saber el alcance de nuestros hijos si no entregáramos arduamente el corazón en esta misión, tampoco podrán decirnos si alcanzaremos las estrellas que tanto soñamos, pero con toda certeza, igual que el guerrero de la leyenda, desde el fondo del alma sabemos que estamos trabajando para alcanzar esa estrella brillante del firmamento, la más brillante de todas, la felicidad de nuestros hijos.