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  • Ana Elisa P.

Los ojos del corazón. Parte 8, REALIDADES.


Había gran revuelo por una exposición temporal en el Museo de Antropología, así que me lancé a una hora prudente, sabiendo que habría mucha cola. Le platiqué a Ana Lucía en el camino lo que íbamos a ver, ella sólo tenía dos años y por su lesión cerebral todavía no sabía gatear ni caminar ni hablar, pero los doctores me dijeron que le hablara todo el tiempo porque eso compondría un lenguaje que ella irá almacenando en su cerebro, y el día que esté lista para hablar saldrá todo. Quisimos entrar y nos negaron el acceso con su carriola, le expliqué a la persona encargada que mi hija no podía caminar, pero igual contestó que la carriola no podía pasar. Ana Lucía y yo nos fuimos. Este largo camino de aprendizaje lo hemos hecho juntas. Así como juntas experimentamos nuevas terapias, juntas hemos ido aprendiendo de inclusión, aceptación y discriminación. Escenas como ésta nos han pasado ya algunas otras, en una ludoteca, en escuelas y en más museos. Ahora no me voy y lucho. Ahora pido hablar con otras personas y al final he logrado, algunas veces, que hagan una “excepción”. Los niños con alguna discapacidad y sus familias no buscamos excepciones, sino aceptación e integración.

Otro enorme reto es andar por la ciudad, no hay dos banquetas iguales, difícilmente hay una cuadra sin obstáculos y la educación vial brilla por su ausencia. Antes pensaba que mientras alguna autoridad no tuviera una discapacidad física por la cual requiriera ver la ciudad con otros ojos, no se dará un cambio. Pero ahora sé que se haría una excepción, como se hizo en la nueva sede del Senado para que una legisladora pudiera tener acceso a tribuna. Otra excepción. En cambio en España hay una candidata a un puesto de elección popular con sindrome de down y en Venezuela un chico también con down dirige una orquesta sinfónica, ambos son logros sumamente significativos. Nuestra labor es abrir espacios, es crear oportunidades, no cerrarlas.

Si Ana Lucía no tuviera una lesión cerebral no sé cual sería mi posición ante el tema de la discapacidad, probablemente no estaría tan consciente de las diferencias y no lucharía por facilitar la convivencia, pero de lo que sí estoy segura ahora, es que NO todos debemos vivir esta situación en primera persona para abrir nuestras mentes y nuestros corazones. Que no es tan complicado que las personas que tienen la posibilidad de emplear a personas con discapacidad se den cuenta que les están abriendo un mundo de posibilidades y que todos ellos tendrán algunas capacidades diferentes, pero la capacidad de afecto, la entrega, el agradecimiento y el compromiso lo tienen igual o más desarrollado que las personas regulares.

A veces cuando estoy con mi hija realizado alguna actividad y veo a los niños que nos observan atentos y llenos de curiosidad, me siento intimidada. A veces Ana Lucia sigue como si nada, a veces se apena un poco. Yo comprendo y valoro esa maravillosa y mágica curiosidad intrínseca de los niños pero no puedo evitar pensar que si en las familias y en las escuelas habláramos más de la riqueza que da la diversidad y de que todos podemos ser un poquito distintos de los demás, a lo mejor estos niños la observarían ya con los ojos del corazón, atentos a descubrir las cualidades que hay en ella y no con tanta expectación. Pero mientras eso sucede yo aprendo de Ana Lucía, a tener confianza en la realidad.

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