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  • Ana Elisa P.

Los ojos del corazón. Parte 3, ESPERANZA.


“Vecina ya voy a meter a mi hija a la escuela”, me dijo Lucia. “A mi me encantaría que Ana Lucia fuera ya también a la escuela, tiene casi tres años y está medio harta de sus terapistas y de mi, pero como todavía no camina no se qué debo hacer”. Empecé por llamar para hacer citas. Escuché de una escuela, que para mi suerte está frente a mi casa, ¡no podía ser mejor! Tienen un programa de integración académica para los niños que requieren de un apoyo adicional. Ana Lucia tiene un retraso generalizado en el desarrollo por haber nacido muy prematura y muy delicada, entonces hice mi cita. Para mi sorpresa, después de que expuse mi caso me dijeron que no la podían aceptar porque acababan de aceptar a una chiquita en circunstancias muy similares. Mi decepción fue mucha, pero mi dolor enorme. ¿Qué van a decir los papás de los niños “normales”, si ven a demasiados niños especiales? ¿Qué van a decir? ¿Normales? ¿UNA niña en condiciones similares? Y se jactan de promover una educación de integración. Salí devastada, y ese sólo fue el inició de un peregrinar de escuelas en donde me topé con la puerta en la cara. Me enojé mucho con mi país. Mi hija tiene tres años, ha luchado desde el día que nació por salir adelante y las escuelas en lugar de reconocer y arropar, separan, señalan y cierran oportunidades. Leí sobre la obligatoriedad que existe en otros países, leí sobre programas de integración, leí sobre leyes antidiscriminación y me enojé aún más.

Toqué a la puerta de un kinder pequeñito, un kinder regular como yo aspiraba, en el cual comprendieron que yo quería que mi hija conviviera y viera a otros niños que le sirvieran de motivación y ejemplo. El 30 de abril del año 2010 Ana Lucia, a los tres años un mes, participó de su primer festejo del día del niño y salió feliz porque se habían mojado. La escuela me ayudó a conseguir una sombra, una terapeuta que está con mi hija ayudándola a desplazarse y realizar las actividades que le cuestan trabajo. Me puse feliz y recordé que en este México amado, somos muchos. Gente buena que se preocupa por los demás, que quiere hacer la diferencia y que lo logra. Que hay los que sí creen que todos debemos tener oportunidades, que las etiquetas no benefician a nadie y que no hay peor lucha que la que no se hace. Y que la meta de ser una sociedad incluyente es un trabajo de todos.

El 14 de mayo, menos de dos semanas después de haber entrado a la escuela, Ana Lucia empezó a caminar solita. Unos cuantos pasitos precavidos, pero que toda la vida le agradeceré a ese kinder y a esos niños pequeñitos que sin saberlo han sido ya grandes maestros. Poco después empezó también a decir algunas palabritas. No sé cómo serán los pasos siguientes, cómo se implementan las adecuaciones académicas, cuando el ritmo de aprendizaje es dispar.

No sé cómo se sentirá ella mas adelante cuando sus compañeros a lo mejor sean bastante más chicos que ella, pero mientras tanto en esa escuela abrieron los ojos del corazón tan grandes, que vieron el gran regalo de vida que es Ana Lucía. Y mientras yo aprendí, que no hay que perder las esperanzas.

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