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  • M. Piñeyrua

Te acepto


Perdón hijo querido, perdón hijo mío por tantas veces pedirte que seas distinto. Más sociable de lo que eres, menos osado de lo que te nace, más deportista de lo que dictan tus genes, menos ruidoso, más comilón, menos sensible, más prolijo, menos enérgico, más de esto, menos de aquello. Perdón por compararte en silencio. Con tus primos, tus hermanos, tus compañeritos de clase, con tu padre, conmigo misma. Perdón por fantasearte perfecto, olvidándome que ya lo eres y que así, con todo lo que traes, es que te amamos tanto. Perdón por no darme cuenta de que una cosa es educarte y otra tratar de cambiarte. Que una cosa es obligarte a que te termines el vaso de yogurt y otra muy distinta es forzarte a que te guste el fútbol. Que una cosa es pedirte que hagas los deberes y otra pretender que te apasione la lectura. Perdón por no aceptar tan fácilmente que odies la ropa formal para ir a los cumpleaños, que te cueste regalar besos a diestra y siniestra, que prefieras dormir en casa que en la de los abuelos, que tengas miedo de saltar del muelle como hace el resto y tantas cosas más que no deberían ni importarme. Perdón por pretender cambiarte cuando tu amor incondicional nunca me pidió ser mejor madre. ¡Cuánto más paciente me desearías si pudieras, cuánto más relajada, cuánto más hacendosa, cuánto menos preguntona, cuánto más divertida! Y sin embargo, tu me aceptas tal como soy, como si fuera lo mejor que puede ofrecerte el mundo. Perdón por haber recurrido demasiadas veces al manual de los niños perfectos. Por haber creído en eso de que existen hijos adecuados, hijas ideales, niños fáciles y felices las 24 horas del día. Perdón por haberme quejado, por haberte exigido sin sentido, por no haberte dado tiempo, por haber pedido disculpas por ti. Te prometo que de aquí en adelante voy a mirarte con la pureza del momento en que naciste... donde no había lugar para el deber ser ni para el “hay que”. Donde lo único que importaba era que existías. Y así, voy a dedicarme a acompañarte por la vida, abrazando cada pedazo de tu única y especial alma. Aplaudiendo todo lo que eres y enfrentándome a cualquiera que intente convencerte de lo contrario.

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