Hace muchos años nació mi muy prematura hija y con ella me inicié en el camino de la maternidad y la crianza especial, ya que como secuela de su nacimiento pre-término tiene una lesión cerebral que nos llevó a adentrarnos en el mundo de los doctores y las terapias.
Hace casi el mismo número de años nació otra pequeñita aun más prematura que la mía, con mi “experiencia” me ofrecí a acompañarla en esos primeros meses de búsqueda. Ella resultó ser unos de esos bebés prematuros que no tiene compromiso neurológico. Años después mi amiga me contó que se puso a llorar al hablar del nacimiento de su hija y que cuando lo pensó bien se sorprendió porque en realidad ella no tiene razones para llorar, como yo, que sí las tengo…
Podría parecer que al tener una hija con discapacidad tengo razones para llorar, sin embargo, tengo todas las razones para agradecer.
Agradezco el maravilloso milagro que es tenerla con nosotros, que sobrevivió a todos los retos de salud que se le presentaron al nacer.
Agradezco la jerarquización de prioridades por las que hoy se rige mi vida.
Agradezco ser su voz y la de otros niños y familias a través de PHINE y de acciones que he emprendido.
Agradezco la sonrisa y tenacidad con la que día a día enfrenta la vida.
Agradezco las personas que hoy caminan con nosotros la vida, y agradezco a aquellos que decidieron ya no ser parte de nuestro andar.
Agradezco la familia que formamos.
No quiero pretender que es siempre un camino fácil, es un camino de emociones intensas, las caídas duelen profundamente y los logros son plenos y nos hacen sentir vivos. Pero lo que sí quisiera transmitir a los que me conocen o a aquellas familias que se inician en el camino es que no tengo razones para llorar. Tengo la vida de mi hija para agradecer.
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