Llevábamos 15 días con nuestra hija hospitalizada, tras su nacimiento pretérmino, cuando el Dr. nos citó en su consultorio, ahí Mario se tronó y lloró por primera vez. En esos 15 días había estado fuerte a mi lado enfrentado la dimensión desconocida a la que habíamos entrado.
La primera vez que yo lloré y entendí los riesgos volteé y no estaba sola. Toda la hospitalización fue mi soporte y desde ahí, hasta ahora sin parar, las niñas y yo sabemos que siempre podemos volver a él para tomar fuerza.
Yo me lanzo al mundo de las terapias, las escuelas incluyentes y no incluyentes, a los doctores, etc. Muchas, muchísimas veces vivo momentos emocionantes, de gran empatía y solidaridad, pero en otros momentos no. Cuando se me cierra una puerta, cuando no alcanzamos la meta, cuando me siento injustamente tratada, vuelvo a su mano y su cobijo. A la carga de energía que me permite seguir con mi lucha.
Ana Lucía es muy fuerte, pero el día que se poncha, necesita de la fuerza de su papá para levantarse. Una buena sesión de cosquillas, un abrazo apachurrado, una plática seria.
Victoria, es un corazón generoso, es la inyección de alegría diaria de esta familia, pero cuando ella misma necesita un respiro, tiene en su papá al aliado del futbol, al de las confesiones y secretos. Al amigo.
Tal vez no se siente horas a convivir, pero cuando lo hace tiene la anécdota perfecta de su infancia o de su trabaja para que las niñas comprendan algo.
Si estas niñas son seguras, se sienten bonitas y saben que pueden con todo es porque su papá les ha dado esa confianza. Recientemente leí: “Una de las mejores cosas que puede hacer un padre por su hija es hacerle saber que está a la altura de sus expectativas” (Antes de que llegaras, Lisa Wingate). Él ha hecho esto por ellas. Ellas se saben perfectas ante sus ojos.
Somos muy afortunadas. Esta familia de particularidades muy especiales, tiene un pilar y ese es Mario.
Gracias a ti Mario, porque eres contención, mano, apoyo, pañuelo, hombro y nuestro orgullo. Nuestro pilar.
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