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  • Ana Elisa P.

El acordeón de la vida


Un acordeón para sonar se expande tomando aire y se comprime dejándolo salir, en ese movimiento crece y se compacta constantemente, necesita ese movimiento constante para hacer música. La música de acordeón requiere esfuerzo, coordinación, sincronía y muchas ganas de ser comparsa.


Mi vida, y con ello me refiero a la vida de todos (creo), es un hermoso acordeón de momentos felices y que nos llenan el alma y de momentos en que nos empequeñecemos, nos movemos con el poquito aire que nos queda dentro y esperamos que llegue otra vez el movimiento que nos hará avanzar y crecer.


Estoy en un momento de poquito aire. Muy poquito.


He escrito un par de entradas de este blog, de lo que imaginé que sería cursar la adolescencia, de esos primeros aires de rebeldía que me emocionaban y enternecían a la vez, pero no estaba preparada para los momentos de profunda conciencia que estamos viviendo. De introspección y cuestionamiento. Mi hija mayor tiene Parálisis Cerebral.


Es muy observadora de ella y de los demás. Quiere saber por qué ella es diferente. Quiere saber qué le pasó que resultó en su discapacidad. Y yo, se lo explico por supuesto. Se lo explico como siempre lo he hecho, pero ya no alcanza. Le hablo de sus logros, de su tenacidad, incluso de la magia de ser diferente y abrir brecha. Ya no alcanza. Me dice que ella no eligió ser diferente y que ella hubiera preferido moverse como todos los demás. Y yo mientras escucho cómo va saliendo de mí ese poquito aire que todavía me queda dentro.


Es una etapa, lo se, y pasará como todas y me volveré a llenar de emoción, pero mientras ese acompasado movimiento de la vida llega, remueve todo. Me mueve la culpabilidad, el enojo, el desaliento.


La melodía del acordeón también es como la respiración, no solo podemos vivir con los pulmones llenos, se deben vaciar, sacar lo que ya se usó para volverse a llenar con aire limpio. Respirar es vida, es música.


Hace un par de semanas tuve la fortuna de escuchar a un gran atleta paralímpico que obtuvo su calificación a los juegos olímpicos en la disciplina de remo y vi en sus ojos esa chispa de lograr lo inimaginable, no hay límites. Y con ello vuelvo a nutrir mi esperanza.


No estoy diciendo que esté mal cuestionar, por el contrario, observar, pensar e incluso enojarse siguen siendo grandes virtudes de mi hija, va por el camino de abrazar esas inquietudes para salir reforzada y segura de este proceso conocido como adolescencia. “Pienso, luego existo” René Descartes. A través de la razón y el ejercicio diario de pensar ella llegará a su verdad.


Yo ya llegué a la mía, la amo, la admiro, y necesito una recarga de aire.


Quiero agradecer a alguien que me habló del símil del acordeón. No me acuerdo quién fue, pero me marcó. Gracias.

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