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  • Mafer M.

A veces no lo logramos


Hace unos días tuvimos uno de esos momentos incómodos y, por qué no decirlo, dolorosos. He de decir que cada vez son menos, y eso me hace sentir tranquila y esperanzada, pero todavía existen, y no sabemos por cuánto tiempo más, o si tendrá que lidiar Marcelo, y nosotros, con esto toda la vida. Por lo pronto, este día nos sorprendió y nos sobrepasó.

Durante toda nuestra historia es bien sabido el conflicto que le genera a Marcelo acudir a lugares nuevos, estar en ambientes con mucha gente y con mucho ruido -sobre todo ruidos sopresivos- le generan mucha ansiedad, muchos nervios, hasta llegar a perder el control. Cada vez nos manejamos mejor, aplicando algunas estrategias como llegar al lugar cuando todavía no hay tanta gente, entrar poco a poco, explicar sin demasiada emoción lo que hay en el lugar, usar tapones para oídos, etc. Pasó mucho tiempo para que comprendiéramos el nivel de ansiedad y estrés que le generan a Marcelo estos momentos, entender que se trata de un tema de desintegración sensorial, que es algo que no puede controlar. También es cierto que en ocasiones se autosugestiona y ya no se da la oportunidad de siquiera intentar. Otra verdad es que Marcelo sabe y siente lo mucho que a mí me angustian estos momentos en los que no puedo ayudarlo, entonces él se siente más expuesto, más amenazado, hasta que finalmente yo también pierdo el control y ya no hay nada más que hacer que abandonar el lugar y abortar la misión. Esto es muy frustrante, para Marcelo y para mí. A veces nos ha funcionado separarnos, y si en ese momento cuento con alguien que me apoye sedo mi lugar, así yo no le paso mi angustia y él puede ajustarse mejor a la situación. Otras veces sí me siento lo suficientemente fuerte para afrontar juntos la situación.

Pues en esta ocasión, los amigos invitaron a Marcelo al partido de fútbol para que apoyara al equipo. No es la primera vez que vamos, así que yo me sentí confiada de que la situación no era nueva y podríamos manejarnos bien. Esta vez veníamos de la natación, así que el elemento “cansancio” tuvo un papel importante. Nos sentamos a lado de nuestra porra obviamente, y empezó el partido. Es cierto que Marcelo no es muy entusiasta de inicio, más bien expectante. El árbitro hacía sonar su silbato y Marcelo pudo lidiar más o menos bien con eso (hace unos meses eso era impensable), se reía un tanto de nervios, otro tanto de emoción. La crisis empezó cuando nuestro equipo estuvo a punto de meter un gol y toda la porra se hizo sonar, imaginarán la reacción de Marcelo y la mía.

Nos levantamos de un brinco y traté de alejarme lo suficiente del lugar para tomar un poco de aire y poder calmarnos. Hice lo de siempre, lo abracé muy fuerte y le empecé a hablar bajito en el oido “Marcelo, calma, ya estamos lejos, no pasa nada, nos asustamos pero ya pasó…”. A veces tardamos más en calmarnos y reaccionar, a veces menos, en ocasiones no lo logramos, como sucedió esta vez. Llegamos a un punto en el que no hubo forma de comunicarnos y, por ende, de controlarnos. Intenté varias formas, contenerlo, dejarlo en el pasto, reírme para bajar la tensión, hablarle fuerte en el oido…nada funcionó. Empecé a sentir las miradas de grandes y chicos, miradas que entiendo y tomo como lógicas, preocupadas y, algunas quizá, alteradas -escuchar a un niño llorar nunca es lindo, sea por lo que sea-. La mejor de mis reacciones es no clavarme en esas miradas y enfocarme en Marcelo y en controlar la situación, pero es cierto que no siempre lo logro, y esta vez así fue. Me enganché, por un lado, en el drama de Marcelo y, por otro, en las miradas y los posibles cuestionamientos que, según yo, los demás se estarían haciendo. Esas miradas que sé no son mal intencionadas, pero que sí confrontan con esa realidad que no siempre es fácil de afrontar.

El evento terminó como era lógico, abandonamos el lugar y la misión. Nos subimos al coche, Marcelo en un grito y yo desgreñada, los dos frustrados y agotados.

En esta ocasión no salimos victoriosos, como en otros momentos lo hemos hecho. En esta ocasión la situación nos rebasó, personalmente yo perdí el control, no tuve la paciencia ni la tranquilidad para pensar fríamente, escoger la estrategia a seguir, con calma, en paz, hasta lograr transmitirlo a Marcelo. En esta ocasión me declaro vulnerable, frágil y hasta neurótica, en esta ocasión me declaro una mamá cansada y humana, incapaz de mantener siempre la cordura y la sensatez.

Como bien dicen, mañana será otro, mañana habrá otras oportunidades para seguir trabajando en la autoregulación y autocontrol, de ambos, mañana quizá sí lo logremos.

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