Alrededor de las 9 pm regreso a casa del trabajo, me doy un baño. Estoy tranquilo, pues aunque mi esposa está embarazada y cerca del término, ayer que fuimos con la ginecóloga nos comentó que “todo marcha sobre ruedas”. y la veremos el siguiente lunes para el último chequeo antes de la fecha tentativa del nacimiento de nuestr@ hij@, 1 de febrero.
Tras el baño, ceno algo y me acuesto a dormir. Minutos después me dice Marié, “Se me acaba de romper la fuente, vámonos al hospital”, a lo que respondo, “¿segura que se te rompió la fuente? ¿Cómo sabes?”. Acto seguido, levanta la sábana y… sorpresa, todo su lado estaba mojado. Se da un baño rápido, mientras yo me pongo lo primero que encuentro. , Rezo un Ave María en frente de una imagen de un “Cristo Legionario”, que meses antes nos habían regalado nuestros alumnos de la Academia, y le digo a la misma imagen: “Ayúdame a que las cosas salgan de acuerdo a tu voluntad y que yo sea un buen padre”, me persigno, ayudo a Marié a bajar las escaleras, nos subimos al coche y nos vamos rumbo al hospital. No estaba nevando en Wisconsin, lo que hizo el trayecto más sencillo. Todo el camino ella va sintiendo y cronometrando la periodicidad de las contracciones. Dejo a Marié en la puerta del hospital, voy a estacionar el “PT” y regreso para continuar con el proceso de registro, que hacía un par de semanas habíamos iniciado para evitar demoras en este momento. Tras la toma de presión y preguntas de “rutina” nos suben a la suite de alumbramientos.
Estando ya en la habitación, colocan una banda alrededor del vientre de Marié para oír y registrar los latidos del corazón del bebé, que hasta ese momento desconocemos/desconocíamos, por voluntad propia, si era niño o niña. “Se escucha muy bien” dice la enfermera. “Todo tranquilo”. Al poco tiempo Marié pregunta a la enfermera si se puede levantar para al baño, a lo que la enfermera asiente desde la estación de enfermera a unos metros de cuarto.
Estando en el baño, mi esposa grita “¡Se me salió algo!”, me levanto del sillón, voy al baño, y veo que, efectivamente, se había salido algo… el cordón umbilical. Le gritamos a la enfermera que venga inmediatamente, Marié se sube a la cama, yo sosteniendo el cordón con mis manos. La enfermera dice “Tienes que estar boca arriba… No, mejor boca abajo… pensándolo bien boca arriba es mejor…” esto siguió así varios minutos hasta que entró el Dr. Rozeboom, Gineco-obstetra de guardia, y les dice dijo a las enfermeras que se la tenían que haber llevado al quirófano desde un inicio. Salen Salieron las dos enfermeras con mi esposa en la camilla y nos quedamos en la habitación mi suegra y yo.
Pasados unos minutos, llega una tercera enfermera a darme un traje blanco esterilizado para entrar al parto y me dice “acompáñeme, en unos momentos entra al parto”. Pasó algún tiempo, no tengo la certeza de cuanto, hasta que me desesperé., salí del cuarto y caminé hasta donde justo se acababa de escuchar un fortísimo grito de dolor, (tiempo después me enteré que ese grito de dolor fue de Marié al ser abierta sin anestesia, sólo con lidocaína, pues se requirió realizar una de cesárea de emergencia y no podían esperar a que el anestesiólogo llegara, quien, por cierto, apareció a los pocos minutos. En este momento me encontraba parado justo afuera de dos puertas dobles, tratando de ver qué sucedía dentro del quirófano, y mirando por el espacio que había entre el primer par de puertas y las ventanillas de las puertas del quirófano. Lo único que se veía eran algunos chorros de líquido rojo salpicar y ningún ruido. De repente, sale una enfermera y me dice, “Es un niño¨. Yo pregunto por Marié y la enfermera me ignora siguiendo su paso hacía una habitación de la cual regresó con algunos frascos en la mano y se metió de nuevo al quirófano. “Es un niño, es niño.” repetía en mi mente al mismo tiempo que yo no sabía qué sucedía, a sólo un par de metros de mí, dentro de la sala de operaciones, ni con mi hijo ni con mi esposa. Estaba pensando cómo poder hacer más para ver cuando por las ventanillas del par de puertas más lejanas a mí veo a una enfermera cargando, lo que deduje era mi hijo pero nadie decía nada.
Estaba viendo como llevaban a mi hijo a un extremo de esa sala cuando una enfermera se me acerca por detrás y me dice que es peligroso que esté “husmeando” por entre las puertas, ya que en cualquier momento podría puede salir alguien y me podría pegar y causar un accidente. Haciendo caso omiso de la recomendación y por el mismo hueco, vi como le hacían RCP a mi hijo, a quien aún no había visto.
Pasaron más minutos y, por fin, una enfermera sale del quirófano con mi hijo en brazos, me lo presenta mientras caminamos a la sala de Cuidado Intensivo Neonatal ambulatoria, recuesta a mi hijo en una cuna con calentador y me pregunta “¿cómo se llama el niño?”. Mi respuesta fue “No sé, su mamá le iba a poner el nombre si era niño” por lo que escribe en la hoja de registro del hospital: “BABY DE LOZA, 3.234 Kg, 49.53 cms, APGAR 0, nacido el 21 de enero del 2009 a las 2:12 am” lo empieza a revisar el pediatra, se llamaba Patrick. Acto seguido le pregunto cómo está mi esposa y me dice que estable pero perdió mucha sangre y concluye diciendo: “Ya vienen en camino los especialistas. En, en unos minutos más llegan.”
Yo no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, sólo quería tener a mi bebé en mis brazos, junto a Marié. Le tomé la primera foto a mi hijo y lo acaricié y le hablé a acariciarlo y hablarle hasta que llegara la ambulancia que, a la postre, lo trasladaría a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, y en la que duraría dos meses y tres días.
Eran como las 4:50 de la madrugada cuando llegaron, un neonatólogo y dos enfermeras especialistas en recién nacidos. Acomodan al bebé en la incubadora de viaje, me piden que firme la hoja del permiso para recibir tratamiento. Lo, terminan de preparar y cuando están a punto de salir rumbo a la ambulancia escucho que se abren las puertas del quirófano. Estaban, sacando a Marié en camilla, ya estabilizada, muy pálida, casi transparente y temblando de frio, por tanta sangre que había perdido. Les pido a los especialistas que se detengan un momento para que la mamá pudiera conocer a su hijo antes de que lo trasladaran. Acceden, y se regresan. Mientras vienen por el pasillo, le pregunto a Marié cómo se siente, y ella me pregunta si es niño o niña. “Es niño” le digo con los ojos llorosos, “Se lo tienen que llevar a Madison, pues hubo algunas complicaciones, pero se va a recuperar pronto.” Quería decir más cosas, cuando me interrumpe una de las enfermeras especialistas diciendo: “Aquí está su bebé.” al tiempo que meten la incubadora con mi hijo a la sala de reposo post-operatorio y lo ponen junto a la camilla de mi esposa. Mi recién nacido tiene la cabeza como si estuviera viendo hacia el lado opuesto que nosotros, Marié y yo. Abren, la incubadora y cuando su mamá desliza su brazo izquierdo por debajo de sus cobijas para poder tocarlo, éste se voltea hace un gemido, como de dolor, en el mismo instante en que siente a su mamá acariciarle el brazo. Nunca sabremos qué le dijo o quiso decir pero fue un momento increíble.
“Patricio, su nombre es Patricio”, dijo Marié antes de despedirse de él y que lo trasladaran al Hospital St. Mary’s, en Madison. Bajé acompañando a mi hijo hasta donde estaba esperando la ambulancia, le di su bendición, lo subieron con cuidado y salieron del garaje casi a las 6 de la mañana del 21 de enero de 2009.
Regreso al piso de maternidad, donde se encontraban mi esposa junto con su mamá ya en una habitación regular, pues ya no había un recién nacido al que cuidar en ese momento. Unas horas después llegó el doctor que les salvó la vida a Marié y a Patricio a disculparse por el dolor físico que le había ocasionado unas horas antes, pero gracias al cuál, hoy seguimos disfrutando de ambos seres incomparables. Nos dijo que estaba enterado que Patricio había llegado bien al hospital en Madison, nos deseó suerte, se despidió y salió del cuarto. Poco tiempo después entró la ginecóloga de Marié al el cuarto para ver cómo estaba. Le pedimos que nos trasladara al mismo hospital que Patricio y nos dijo que no le era posible, pues ella no tenía injerencia en otro hospital, se lo rogamos y terminó la plática.
Alrededor del mediodía regresó y nos dijo: “Les tengo dos noticias, una buena y una mala. La, buena es que ya encontré una doctora, Kristine Bathke, quien la va a recibir como su paciente en aquel hospital; la mala noticia es que yo la tengo que dar de alta de este hospital para que se pueda ir para allá por su cuenta. “Adelante, dónde firmo” le dije. Mientras traían los papeles le hablé a un amigo, el director de academia donde estábamos trabajando para que me prestara la camioneta de la escuela para poder trasladar a Marié un poco más cómoda pues en nuestro PT Cruiser no podría ir recostada. Llegaron los papeles, firmé, nos dieron un par de almohadas y varias cobijas para acomodarlas en el asiento trasero de la camioneta prestada y nos fuimos siguiendo al chofer de la academia, quien sabía dónde estaba el hospital al que teníamos que llegar. Tras 50 minutos de sufrido viaje, para Marié, llegamos a la recepción del hospital, donde por cierto, no tenían ni idea de que veníamos. Realizó el trámite de registro, mientras me espera mi esposa sentada en una silla de ruedas, cuando debería de estar recostada, sobreviviendo con la dosis extra de medicina para el dolor que le dieron antes de que nos dieran de alta en el otro hospital.
Nos llevan a nuestro cuarto y justo nos ubicaron en un ala del hospital, prácticamente desocupada pero con la particularidad de que justo a la entrada del pasillo estaba una estatua casi de tamaño real de la Virgen, la cual, no me cabe la menor duda, nos cuidó y sigue cuidando desde el momento en que la saludamos antes de dirigirnos a la habitación al fondo del corredor.
…
Así es como inició esta agriDULCE travesía sin igual, el comienzo de un “libro” llamado PATRICIO DE LOZA VELÁZQUEZ.
¡Feliz cumpleaños Pafú, TE AMO!!!