"Cuando percibo tu aceptación total, entonces y sólo entonces puedo mostrarte mi yo más amoroso, mi yo más creativo, mi yo más vulnerable”.
(Carl Rogers, 1990)
Cuando nos dan el diagnóstico de nuestro hij@, el cual muchas veces no es del todo claro, nos pasamos el tiempo pensando en las respuestas que los doctores y especialistas deben darnos respecto a su pronóstico, a su futuro y sobre lo que podrá hacer y no hacer a lo largo de su vida.
Casi todo el día como un zumbido en los oídos, pensamos en qué podrá pasar, en cómo le haremos para conseguir el remedio para lograr la cura, en cómo exprimimos el día para alargar las horas al tiempo estimulándolo más y ver si con eso logramos corregir eso que de algún modo, todavía desconocido, nos estorba y no podemos aceptar, la discapacidad de nuestro hij@.
Es una etapa en la cual más que permitirnos sentir es de pensar y de cuestionarse. Nuestros sentimientos encapsulados en emociones se tergiversan constantemente entre la angustia, el enojo, la tristeza, la culpa, la desolación y la incertidumbre. Buscamos encontrar respuestas a la vida y futuro de nuestro hij@, las cuales, sinceramente creo que tampoco las conoceríamos si nuestros hij@s no tuvieran discapacidad.
No podemos removernos de la mente el modelo de bebé con el cual de niñas siempre jugábamos a ser mamás. Nos preocupa el juicio de la sociedad, la mirada de los demás, el qué dirán de nosotros. Pensamos, pensamos… todo el día pensamos.
Después de un tiempo nos damos cuenta que esa condición que tiene nuestro hij@ es para siempre. Que por más terapias y remedios que intentemos, siempre tendrá una discapacidad. Sin embargo, poco a poco vamos aceptando a este modelo de bebé que tenemos enfrente, vamos ajustando las expectativas y vamos abriendo el corazón para sentir a este hij@ que vino a vencer nuestro egoísmo, a transformar su alrededor pero sobre todo nos vino a dar una lección de lo que es el verdadero amor incondicional, ese de verdad que no espera nada a cambio. Lo que venga de ellos siempre será ganancia para nosotros. Cada logro o avance que tienen es valorado hasta el infinito.
Esos pensamientos que nos aturdían diariamente poco a poco con el transcurso del tiempo se van despejando. Sin duda, creo que nunca desaparecerán pero estoy cierta que sí se tranquilizan. Nos dejamos de atormentar buscando razones y comenzamos a distinguir esos sentimientos positivos de serenidad, de paz, de mayor confianza en nosotros mismos, de fortaleza, de esperanza y sobre todo de admiración y orgullo por esa persona que hace todo su esfuerzo para dar lo mejor de si. Nos permitimos sentir sus risas, sus miradas, sus pocas palabras, sus expresiones, su esencia.
Los beneficios de saber sentir y reconocer los sentimientos positivos en este camino de la discapacidad es que éstos nos ayudan a neutralizar los miedos, a ser más resistentes, a tener una mayor esperanza hacia el futuro, a reforzar nuestros vínculos sociales y sobre todo nos permitirán blindarnos internamente para esos tiempos difíciles que sabemos existirán.
Hagamos del sentimiento positivo de hoy una continuidad para la eternidad.