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Foto del escritorPhine

Sin esperar nada a cambio


Hace tiempo una gran amiga compartió un video y un artículo sobre un niño que se desbordó emocionalmente en un avión, las razones pudieron ser muchas y no conocemos la historia completa.


Claro, es fácil juzgar sobre lo que se debería hacer en cierto caso, pero también se puede ser empático en una situación como ésta.


Yo creo que la empatía es ponerse en los zapatos del otro, es no juzgar independientemente de lo que pienses o sientas, es hacerle frente al momento y decidir cómo vas a reaccionar o no a lo que está pasando, pero pensando en el otro.


Pensé y traté de recordar cuando ese otro que no nos conocía se detuvo, nos observó y nos ayudó.


Me cuesta acostumbrarme a las miradas en la calle cuando la gente descubre que mi hijo tiene una discapacidad, a veces me cuesta ignorarlas sobre todo cuando siento que lo observan con morbo o con lástima o cuando la gente se hace a un lado con desprecio, cuando me siento invadida o juzgada. Y aunque estoy segura de que yo tengo que seguir trabajando en lo que me apropio o permito que me afecte, a veces sólo quisiera que pasáramos desapercibidos o que la gente nos viera con más naturalidad.


Pero no quiero escribir sobre los juicios, la lástima, el morbo, la ignorancia o falta de empatía. Quiero escribir sobre esos seres humanos con los que me he topado y han decidido no sólo ser empáticos, si no también entrar en acción. Hay mucha gente querida que ha sido empática con nosotros, pero hoy quiero agradecer a los que lo han sido sin siquiera conocernos.


Puede que no conozca ni su nombre, pero los recordaré siempre.


Cuando nació Patricio, mi hijo, pasó cerca de 2 meses en el hospital en terapia intensiva y nuestra casa estaba lejos de ahí, mi esposo iba todos los días saliendo del trabajo y mi mamá y yo pasábamos todo el día con él en el hospital y en la noche íbamos a dormir a una fundación llamada “Casa de Ronald McDonald”, es una casa que hospeda a muy bajo costo o sin costo a papás que tienen a sus hijos en el hospital, ahí nos prestaron un cuarto y nos daban desayuno, cena y también nos preparaban un lunch para comer en el hospital, todo con colaboración de muchos voluntarios.


Fue un momento muy difícil, yo prefería no hablar con nadie, estaba muy cansada, preocupada e irritable.


Pero un voluntario hizo la diferencia y marcó mi vida para siempre, manejaba una camioneta y todos los martes iba por las personas al hospital y las llevaba a descansar a la fundación. Era mi hora del día más difícil, era la hora en la que dejaba a mi bebé en un hospital para ir a dormir un par de horas. Él me preguntó mi nombre, me preguntó por mi hijo y cuando me conoció me dijo que esperaba nunca volver a verme, por qué eso significaría que ya había ido a casa. Cada semana nos recogía en el hospital, al enterarse que era mexicana, él americano, comenzó a buscar estaciones, discos y música en español, me contaba qué había de cenar y una vez me recibió con un “hoy hay tacos para cenar en casa” y en mi trayecto del hospital a casa me consolaba con su trato alegre y amable y sin conocerme. Siempre cuando me dejaba en la puerta de la casa me decía "espero nunca volver a verte" y un día ¡así fue!


Un día fuimos a un parque de diversiones, a Patricio le encantan los juegos mecánicos y las emociones fuertes; decidió subirse a un juego con su hermana pequeña, "acompañarla". Era un juego en el que los niños se sientan en línea, suben y bajan como en caída libre. Cuidé no colocarlo en la esquina para que no pudiera alcanzar el mecanismo del juego, de un lado estaba Inés, mi hija, y del otro lado se sentó una niña chiquita que en el momento en que los aseguraron para subir empezó a llorar. Patricio al escucharla sonrío nerviosamente, la operadora preguntó a los papás si la bajaba y ellos respondieron NO. La operadora encendió el juego, Patricio pasó su brazo por encima de ella y la abrazó, parecía querer consolarla pero la niña gritó y lloró más fuerte; cuando Patricio la escuchó instantáneamente se alteró y comenzó a jalarla del pelo, supongo que para callarla, la situación estaba fuera de nuestro alcance y me limité a gritarle que la soltara -en todos los tonos e idiomas posibles- mientras sentía la mirada clavada en mí de la mamá y abuela, yo me sentía culpable y avergonzada, pensé tal vez no debí subirlo.


El papá de la niña puso su mano en mi espalda y solo dijo “no te preocupes estás cosas pasan”. Y si, nadie hubiéramos querido que pasaran, pero, aunque queramos no podemos controlar todo a nuestro alrededor, pero sí podemos controlar la manera en la que reaccionamos.


Hablando de reaccionar, hubo otra persona que sin conocernos pagó nuestra cuenta en un restaurante; fue un día de esos en que comer y ayudar a comer a mi hijo fue todo un triunfo, su detalle nos hizo sentir apoyados, por varios días agradecimos el detalle, su bondad.


Hablando de bondad, en vacaciones llegamos a la biblioteca del lugar donde vivíamos para ver por primera vez en una pequeña función de cine la película “Coco”. Mi hija quería verla y teníamos que ir los tres. Patricio ve pedazos de las películas, disfruta comer palomitas y tomar limonada sentado, pero cuando no está comiendo prefiere caminar; es más, caminar en cualquier contexto lo tranquiliza.


Cuando lo llevamos al cine tratamos de controlar la hora, el ruido, incluso quien de nosotros acompañará a Patricio en sus caminatas y verá la película a medias. Pero ese día llegamos tarde para elegir el lugar perfecto porque Patricio tuvo un accidente y fue “pérdida total” antes de entrar ahí, así le llamamos cuando hay que cambiarle todo lo que trae puesto y enjuagarlo en el lavabo de un baño público.


Cuando abrí la puerta de la biblioteca me encontré con el salón lleno, mi hija corrió hacia el frente a hacerse un lugar entre los otros niños que estaban en el piso, instantáneamente pensé “ya no queda ningún lugar que funcione para Patricio y para mí”, es decir, donde se pueda parar y salir sin interrumpir. Hice un barrido visual y caminé unos pasos, estaba pensando cómo explicarle a Inés que nos iríamos y en ese instante. -Caído del cielo- un señor que estaba sentado en el centro en la parte de atrás y cerca de la puerta (a mi parecer era el lugar perfecto), se paró y me dijo “siéntate aquí”, nos cedió su asiento y pasó parado atrás, lejos de su familia, el resto de la película; no me conocía, pero con una pequeña gran acción cambió todo el día de otra familia, mi familia.


Hoy más que nunca quiero decir ¡GRACIAS A TODOS AQUELLOS QUE HAN DECIDIDO SER EMPÁTICOS CON LOS DEMÁS Y QUE ACCIONAN PARA TENER UN MUNDO MEJOR, UN MUNDO MÁS HUMANO!


Y tú tienes alguna historia así, comparte con nosotros cuál ha sido el acto de empatía que más recuerdas y por qué.


¡Porque de la mano siempre es mejor!

Con mucho cariño para PHINE.


Marie Velázquez Santiago.

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