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Margarita G.

Regreso a clases, S.O.S

Esta pandemia nos ha dejado a todos muchas lecciones. En medio de la crisis la mayoría de las personas hemos sorteado nuestra realidad y de alguna manera nos hemos vuelto más conscientes de nuestra fragilidad humana.

Desde la experiencia de la discapacidad hemos podido comprobar y dejar al descubierto el rezago y doble discriminación que existe para este grupo poblacional en todos los ámbitos y con especial crueldad en la educación.


Está demostrado que los niños, niñas y adolescentes con discapacidad en situación de pobreza, y las niñas en particular, enfrentan mayores barreras en el acceso a la educación en situaciones regulares. Ahora con esta realidad las barreras se duplican o triplican.

La situación que muchos padres viven al tener a su hijo o hija con discapacidad en casa, rebasa cualquier límite de cuidado imaginado, pues se enfrentan a condiciones muy adversas que dejan expuesta la necesidad de atención por parte no sólo del Estado, sino de la sociedad en su conjunto.

La primera, y que sin duda pone en alerta continua a cualquier padre y/o madre, es tener que atender económicamente las necesidades básicas de sus hijos. Lo anterior, implica salir a trabajar, si es que todavía conserva su trabajo o no le han reducido a la mitad su salario, con pensamientos negativos cargados de miedo y estrés continuo desde que sale de casa, durante su traslado, si es que es por transporte público y también en su convivencia con sus compañeros de trabajo.

Las noticias alrededor y pensar continuamente en las consecuencias del contagio lo ponen en un estado de alarma continuo y piensa – si me contagio y me enfermo, primero, quién, va a trabajar para llevar lo necesario a casa y, además, puedo llevar el “virus” a mi hijo “frágil” y vulnerable de salud- y, si me pongo muy mal y necesito oxígeno, hospitalización, puedo morir, y así se desenvuelve cotidianamente en eternos pensamientos catastróficos que emocional y mentalmente impiden el autocuidado y cuidado de alguien más, provocando ya situaciones de síntomas que comprometen la salud mental de los padres y madres de hijos e hijas con alguna discapacidad.

Por otro lado y para el caso de las mujeres, la sobrecarga se ha exponenciado, dado que además de realizar las labores domésticas y laborales que tenía antes de la pandemia ahora se han adicionado actividades terapéuticas, escolares y de contención emocional, generando un estrés crónico que difícilmente puede atender y sobrellevar.

Respecto a la realidad a la que se enfrentan como alumnos los niños y niñas con alguna discapacidad frente a la educación a distancia y en línea en esta pandemia, resulta frustrante, triste y preocupante, pues difícilmente, y de manera independiente, pueden atender y concentrarse a los contenidos de las clases que el gobierno de México ofrece en televisión abierta y de manera digital. Un niño sin discapacidad no lo puede hacer; es más difícil y casi imposible para alguien con necesidades especiales educativas.

Y si fuera el caso de que escuelas públicas o privadas brindan servicio de clases en línea, lo anterior también vuelve a implicar un reto importante que afrontar, primero porque no todos los padres tienen acceso a la conectividad ni cuentan con los dispositivos adecuados para atender los requerimientos, y si llegaran a tenerlos se necesita a alguien que esté acompañando al niño o adolescente con discapacidad, para hacer las adecuaciones necesarias y lograr que pueda seguir instrucciones, atender el contenido y que dichas horas invertidas frente a la pantalla resulten favorecedoras para su desarrollo, interacción social e independencia que al final es lo que queremos para nuestros hijos.

Es así que dejamos al descubierto la inequitativa, discriminatoria y brutal realidad y desigualdad que los niños y niñas con alguna discapacidad tienen en nuestro país, solo por lo que se refiere a la educación sin mencionar todos los demás ámbitos que hacen a la persona íntegra y digna.

La educación en la discapacidad, entonces, se convierte en un artículo de lujo al que solo algunos o algunas pueden acceder y no un derecho que todos sin excepción deben tener por el solo hecho de ser personas.

Es urgente que se empiecen a tomar medidas efectivas que brinden seguridad y confianza a toda la población para permitir el regreso a clases presenciales de todos los niños y niñas de este país, de lo contrario no solo habrá que contar el número de personas contagiadas por coronavirus sino también el aumento en el número de personas que habrán adquirido una discapacidad psicosocial (depresión, trastorno de ansiedad, psicosis, trastorno bipolar, esquizofrenia, entre otros) por los efectos y secuelas de la pandemia. Ahí está la toma de conciencia y la decisión sobre el futuro de nuestra educación y salud en este país.



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