Hace más de 10 años me lancé en la aventura de encontrar un kinder para mi hija con parálisis cerebral. A sus tres años ella había librado tantas batallas y me había enseñado tanto que me cayó de sopetón ver que las escuelas no la comprendían como yo. Cada puerta que se cerraba era un peso más de incomprensión sobre mis hombros. De pronto llegué al Kinder Colores, en donde la recibieron con los brazos y la mente abierta a descubrir todo lo que ella tiene para dar. He escrito con anterioridad mi gran agradecimiento para ese kinder en esa etapa y muchas después, porque nunca nos han dejado solas. Con ellas aprendí que los niños con discapacidad, en efecto hay cosas que no pueden hacer, pero hay muchas otras que sí, y esas son las que merecen toda nuestra atención.
Cuando llegó el momento de ir a la primaria, la transición fue mas tersa, nos encontramos con un corazón generoso que nos abrió las puertas de su escuela, facilitando la inclusión de mi hija en todos los ámbitos, aunque esto significara incluso hacer adecuaciones físicas. El Colegio Williams caminó con nosotros durante seis años, donde mi hija alcanzó logros académicos, pero sobre todo con la enorme satisfacción de ser parte de una comunidad humana y solidaria, participó en todos los festivales con ayuda de sus compañeros, en las competencias de natación, en las exhibiciones de danza y en todo, absolutamente todo lo que se propuso, por que la escuela así lo motivó y lo permitió.
Y después de estos años, se termina un ciclo, y tuvimos que salir a la aventura de la búsqueda de escuelas, cual va siendo mi sorpresa que, como si el tiempo hubiera regresado, yo era la misma de hace 10 años. Las puertas se cerraban una tras otra y yo me encontré justificando los grandes logros de mi hija. ¡Qué mal! A veces creo que son tantas las personas informadas y luchando por los derechos de las personas con discapacidad que sus voces ya se hicieron escuchar y como sociedad avanzamos en el respeto y la inclusión, pero no. O por lo menos con las escuelas que yo busqué, todavía no. Igual que hace 10 años lloré, me desesperé y seguí buscando.
Para mi sorpresa se abrió una puerta, que, igual que pasó con el kinder, me da la sensación de que nos estaba esperando para abrirse. Ana Lucia inmediatamente se sintió en el lugar correcto. Las clases de prueba le tocaron ya en etapa de pandemia, por lo que fueron virtuales y las disfrutó tanto que pidió mas clases incluso cuando ya no las requería la escuela. La directora, la directora del programa de inclusión, las maestras han sido lindas, comprensivas y muy preparadas para afrontar y adecuar todo lo que se requiera. Iniciamos nuestra aventura en el Liceo Hirondelle, en donde la concurrencia de recomendaciones no para de llegar por parte de maestros y terapeutas que la conocen. Estamos en el lugar correcto. Hemos ya hasta reído cuando Ana Lucia le dijo a la Directora que ya la había convencido y su escuela es a la que quiere ir.
Una vez mas mi lección es no desesperar, no querer encontrar donde no tienen para dar. Porque en el camino de Ana Lucia siempre ha habido personas buenas, de esas que ponen su granito de arena en la construcción de una sociedad más sensible e incluyente, de una sociedad de personas solidarias que tanto necesitamos en estas épocas de incertidumbre.
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