Los papás hacemos todo lo necesario para que nuestros hijos pasen momentos felices, sin embargo, creo que los papás de hijos con discapacidad hacemos un esfuerzo extra para lograrlo.
Un ejemplo reciente de esto es cuando salimos a pedir dulces en Halloween.
Iban mis 2 hijos y 8 primos más con sus papás. Habíamos acordado que mi hermana iría hasta el frente para ir conteniendo a todos los niños y que esperaran a que le dieran sus dulces a Diego, quien iba hasta el final en su silla de ruedas. Esto es muy difícil ya que como se imaginarán, los niños tienen emoción de ir corriendo a tocar a la siguiente casa.
El edificio a donde fuimos a pedir dulces es de 3 pisos y no tiene elevador, por lo que entre mi esposo y un primo se encargaron de subir y bajar la silla que pesa demasiado.
Es tradición que un vecino ponga una casa de sustos en la cual no cabe la silla de ruedas, por lo que tuve que pedirle un día antes que cuando entráramos prendiera un poco la luz y no me espantaran tanto ya que iría cargando a Diego y así evitar un accidente, pero lo importante era que Diego no se la perdiera.
Una vez en casa llegó el momento tan esperado de ver cuántos dulces juntaron, sacarlos de su bolsa, empezar a comerlos e intercambiar algunos, y con Diego alguien ayudándolo para que todo fuera justo. Cabe mencionar que la bolsa de Diego fue la más llena, ya que la mayoría de la gente le daba más dulces comparado con el resto, e incluso en muchos casos le daban a escoger.
Así como este ejemplo, en nuestra vida cotidiana hacemos muchas cosas más para que Diego esté feliz, se sienta integrado y nos regale una sonrisa. Esto se logra a través de un gran trabajo en equipo de parte de toda la familia y amigos, a los cuales quiero agradecer infinitamente, especialmente a mi hermana. Sé que lo hacen con mucho gusto, sólo por el beneficio de hacer feliz a Diego y por consecuencia a mí también.
¡Gracias!