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América V. Ruíz

Mi hermano


Recuerdo muy bien el día que llegó mi hermanito a mi vida, estaba en casa de mi abuela materna. Mis papás acababan de llegar del hospital y dejaron al bebé en la cama, se salieron del cuarto, cerraron la puerta y nos quedamos él y yo solos. En ese momento, lo miré a la cara, le acaricie la mejilla y creo que desde ahí empezó nuestro viaje; un viaje que conllevaría como todo en la vida: altas y bajas y que transcurriría hasta la llegada de mi primera hija.

Cuando ella nació, nos dimos cuenta que presentaba rasgos similares a los de mi hermano, poco tiempo después, el diagnóstico nos lo confirmó: una afección genética hereditaria.

El diagnóstico y las propias características de mi hermano y de mi hija también ayudaron a mis padres a comprender ciertas cuestiones que aún no entendían del todo.

Fui una hermana muy protectora: cuando íbamos a Mc Donald´s yo iba tras él como buena guardaespaldas, sentía que debía hacerlo pues no le era fácil el tema motriz y también sentía que podrían aprovecharse los demás, así que debía defenderlo de los demás niños.

En la escuela salíamos al mismo tiempo al recreo, generalmente me quedaba al lado de su sección vigilando que todo estuviera bien.

Creo que no debí haberme preocupado tanto por él, pues él ha hecho su vida como ha podido: con muchas experiencias aterradoras y si me preguntan a mí, cosas que él decide sin pensarlo ni profundizarlo tanto.

Recuerdo que mi padre alguna vez me dijo muy sorprendido que la ocasión en la que operaron a mi hermano para que le salvaran un oído y que falló, mi hermano le dijo a mi papá que a él no le importaba pues tenía el otro oído.

Sin duda en este camino mi hermano me ha enseñado mucho y lo seguirá haciendo, sobre todo me enseña en este momento de mi vida que debo de tomar las cosas así…. sin profundizarlo tanto.

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