Llevo unos años de escuchar -hermana ¿jugamos?- Y de manera automática mi corazón está rebosante de alegría.
Victoria mi pequeña de casi 5 años, idea algún juego, pone las reglas e invita a su hermana Ana Lucia de 8, y que tiene una lesión cerebral, a jugar. Victoria es creativa y de manera magistral tiene a Ana Lucia sentada en un avión y cuando aterrizan en Hawaii llueve tanto que necesitan paraguas y botas para defender a todos sus peluches de las inclemencias del tiempo. Por alguna razón que no alcanzo a comprender están todas en peligro gritan “mayday, mayday” y se esconden mientras se hacen manicure y cambian de ropa a algo mas ad-hoc. Por suerte están los caballos que las llevan a un lugar seguro en donde pueden ser princesas y bailar hasta caer rendidas. Ana Lucía con Victoria es feliz, es mala, es buena, es monstruo, ríe a carcajadas, aprende, interactúa, tiene ideas buenas, y pelea como cualquier hermana. Ana Lucía antes de Victoria sabía de terapia, de ejercicios, de echarle ganas, de “jugar” con el objetivo de ensartar y mejorar sus coordinación fina, etc. No había estado sola ni un minuto para aburrirse y crear. Lo mejor que le pudo haber pasado a Ana Lucía en la vida, es su hermana.
La semana pasada tuvimos unos días espléndidos en los que Victoria invitó a unas amigas a hacer una pijamada. Las alegres comadres disfrutaron cada minuto del día y de la noche. Ana Lucía estaba emocionada y participó en la planeación del evento. Le dio gusto verlas y recibirlas en la casa, comió con ellas y nadó con ellas, pero inevitablemente se quedó fuera de la dinámica del juego. Aprovechó para descansar, ver tele y hacer algo de terapia. En el momento que se fue la última de las amigas escuché: hermana, ¿jugamos?… con el consiguiente calambrito en mi emoción.
La vida es así. Ciclos, oportunidades, bendiciones, aprendizajes y momentos para todo. Yo debo cincelarme en la mente respetar los ciclos de Victoria, alentarla a volar, disfrutar todos sus logros y aventuras. Debo capitalizar las oportunidades que tengo con cada una y las que tenemos las tres juntas. Debo dar gracias todos los días a nombre mío y de Ana Lucia, la bendición de tener a Victoria como esta gran maestra que es. Debo aprender a observar estos periodos, sin involucrar mi emoción sólo como son, un espacio de desarrollo de cada una, sano y necesario. Y debo reconocer que estos espacios de individualidad nutren los momentos de sinergia.
¿Cuánto tiempo durará la magia de los juegos? ¿Cuál será el próximo punto de encuentro entre ellas y sus distintas realidades? Todos los días mis hijas me enseñan cosas nuevas; la realidad y mis emociones van por un camino en el que habrá innumerables momentos de choque, que jugarán vencidas y deseo que la razón salga triunfante, que yo entienda y respalde sus decisiones. Y con el tiempo abrace mis emociones sabiendo que a pesar de lo difícil hice lo correcto, es mi deseo.
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