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  • Marifer M.

¿Por qué nos cuesta trabajo poner límites a nuestro hijo con discapacidad?


Mientras le daba vueltas al tema de los límites y la disciplina y cómo es que lo vivimos en casa, hice estas dos preguntas a mi esposo y a mí misma para poder tener un panorama completo. Bien sé que es un tema que, como familia, nos cuesta trabajo, pero no tenía una idea concreta y clara de en dónde radicaba la dificultad.

“¿Crees que nos cuesta trabajo poner límites claros a Marcelo?” La respuesta de ambos fue sí. Marcelo es nuestro único hijo hasta ahora; aparte del profundo amor que le tenemos, confesamos que nos cae muy bien y nos hacen reír todas sus ocurrencias, logros y travesuras; además, tiene parálisis cerebral. Entonces surge la segunda pregunta.

“¿Crees que su discapacidad influye para que no podamos poner estos límites?” Nuevamente la respuesta inmediata fue sí. No sé si esto les sucede a todos los padres de hijos con necesidades especiales, pero en nuestro caso pude detectar cuatro razones de por qué es que su discapacidad ha sido determinante en nuestra poca capacidad para poner límites claros y firmes.

  1. Queremos evitarle “más sufrimiento”. La idea de que la discapacidad es un motivo de sufrimiento para Marcelo, nos ha llevado a tener una actitud sobreprotectora, en la que lo compadecemos por “tantos obstáculos y retos” que tendrá que enfrentar en la vida, tratando así de aminorar la situación resolviéndole tareas que él, si lo intentara, podría resolver sólo. Sucede, entonces, que ante cualquier situación que implique un poco más de esfuerzo o perseverancia, Marcelo reacciona con una actitud negativa sabiendo que alguno de sus padres iremos a resolver su conflicto. Caigo en cuenta ahora que más que evitarle un sufrimiento a él, lo que queremos es evitar nuestro propio sufrimiento al ver que a nuestro hijo le requiere más esfuerzo realizar algunas actividades sencillas y cotidianas. Pero si le preguntáramos a Marcelo si él sufre con su condición de discapacidad, quizá nos sorprenderíamos al escuchar que a no le causa mucho conflicto, por lo menos, no hasta que nosotros se lo hacemos ver como un “gran problema”.

  2. No tenemos claro hasta dónde sí puede y hasta dónde no. O, hasta dónde sí tiene la capacidad de auto controlarse y hasta dónde es un tema propio de su discapacidad. Un ejemplo de esto es con la hipersensibilidad a los ruidos altos o muy agudos. Al llegar a una fiesta o una reunión familiar, tendríamos que distinguir si realmente el sonido de la música más los gritos de niños y adultos son realmente molestos para él, o es que ya está predispuesto y aprovecha la ocasión para llamar nuestra atención estallando en llanto. Muchas veces sucede lo segundo y al no poder distinguirlo, y entres su drama y nuestra angustia, caemos en un círculo vicioso donde poner un límite a su comportamiento se vuelve casi imposible.

  3. Cuando logra desarrollar una nueva habilidad, capacidad o movimiento no queremos interrumpirlo o desmotivarlo aunque signifique un comportamiento o actitud inaceptable. Nos emocionamos tanto ante un nuevo logro o ante una manifestación de avance en su rehabilitación, que permitimos fácilmente conductas que en otro momento o en otra circunstancia no permitiríamos. Como cuando aprende una nueva palabra no apta para repetir a su edad, cuando contesta en tono altanero y con actitud retadora porque ya ha aprendido a decir NO en todas las tonalidades posibles, cuando se acerca de forma traviesa y desobediente a una escalera peligrosa, sólo porque ya descubrió el camino, cuando a la hora de dormir le parece buena idea jugar e intentar dominar un juguete de un grado alto de dificultad, etc. Ante cualquiera de estos momentos, nos emocionamos tanto por el grado de desarrollo que supone, que perdemos de vista que en ocasiones son situaciones o conductas inadmisibles.

  4. Hemos enfocado toda nuestra atención y energía en su rehabilitación motora, de lenguaje y aprendizaje, y dejamos a un lado el desarrollo de su autoestima, seguridad y confianza, lo cual tiene todo que ver con la educación en hábitos, disciplina y límites que se viven en casa.

Ahora puedo entender que poner límites claro, firmes y amoroso a mi hijo significa creer en él, creer que es capaz, creer que más allá de su discapacidad, es un niño que necesita guía, estructura y base para seguir avanzando en su desarrollo, no sólo físico, sino emocional y espiritual. Así, creer en él y creer en su capacidad de manejarse dentro de esa estructura, es uno de los mayores actos de amor y confianza que como padres le podes ofrecer.

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