Tú sabes cuando todo va bien. Cuando tus papás están sanos. Cuando una de tus hermanas te dice que se va a casar. Cuando cantas a todo pulmón en la mañana con tu otra hermana. Cuando aunque no vives en el país y extrañas a la gente que quieres, todo va bien. De hecho, todo es perfecto. Esa perfección existía en el verano del 2010 y mucho se debía a que había conocido al amor de mi vida, a quien en tres días iba a alcanzar en Italia para ir a la boda de mi amiga. Dos días después de mi cumpleaños, esa perfección se completaba con el nacimiento de mi primer sobrin@. No sabíamos si iba a ser niño o niña. Yo había viajado a México ese verano para presenciar ese gran acontecimiento.
Ese lunes por la mañana, me levanté temprano, fui a casa de mi hermana para llevarlos al hospital. Todo perfectamente planeado. Mi hermana, freak controladora, una de las mujeres más inteligentes que conozco, nunca necesitó estudiar mucho para ser de los mejores promedios de su escuela, a sus 29 años era Coordinadora de Asesores del Secretario a quien después muchos extrañarían. Siempre concisa, segura, capaz y trabajadora. Así, tenía preparadas hasta las ligas del pelo que iba a usar en el hospital. El parto sería inducido porque mi sobri ya debía nacer. Después de dejarlos en el hospital, regresé a casa de mis papás, desayuné con ellos y me fui a hacer manicure, todo calculado para poder pasar unos días con el nuevo integrante de la familia y después irme a mi viaje feliz.
En medio del pintado entre una mano y otra, recibí una llamada en mi celular, ya habían metido a mi hermana a la sala de partos porque ¡ya iba a nacer mi sobri! Así que me fui corriendo y en la sala de espera de un hospital privado estábamos los dos núcleos familiares. Las horas empezaron a pasar y yo sabía que un parto no podía durar tanto, sobre todo si ya estaba en sala.
La sorpresa más grande que esperábamos era saber si era niño o niña. Mi cuñado salió a la sala de espera, con la entereza que siempre lo ha caracterizado, para decirnos que era niña. ¡Sí, era niña! Pero, “hubo problemas, hubo complicaciones, Mónica está en quirófano, le tuvieron que hacer cesárea, tuvo ruptura uterina y la bebé no respiró inmediatamente. Están intentando salvarlas.” Sólo pude contener las lágrimas y decirle “Felicidades, es niña”. Después, corrí al baño y le pedí a Dios que por favor si se tenía que llevar a alguien, que no fuera mi hermana. En ese momento pensaba que si la bebita no la libraba, estaríamos bien porque no la habríamos conocido, pero yo no podía imaginar la vida sin mi hermana.
Siguieron pasando las horas y los doctores salieron para comunicarnos que mi hermana estaba a salvo. No se iba a morir. La bebita estaba en terapia intensiva. En algún momento mi cuñado, quien como digo, siempre ha sido un pilar para mi familia, salió a darnos los avances y se fue caminando al estacionamiento con sus papás para llorar un rato. Regresó y como si nada hubiera pasado, volvía a entrar para estar en dos terapias intensivas, con su esposa y con su hija. Llamamos a los mejores amigos y no sabíamos realmente qué estaba sucediendo. Mi hermana apenas despertaba sin haber conocido a su bebé.
Sólo mis papás pudieron ver a mi hermana. En la madrugada regresamos a casa. Intenté contactar a mi hoy esposo por todas partes, eran horarios muy diferentes en Europa, cuando por fin pude hablar con él, sólo podía llorar y decirle que todo había salido mal. Sí, se acabó esa perfección en la que yo vivía.
Continúa…
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