Como platicaba la semana pasada respecto al día de las madres y los festejos, retomo el tema para hablar en esta ocasión de uno de ellos, el festival que preparan nuestros hijos para este día.
Por más de un mes mi hijo estuvo ensayando en su escuela para este evento, nunca quiso decirnos lo que bailaría aun cuando hubo hasta soborno de por medio, ni así soltó prenda. Fue imposible sacarle una palabra, ni siquiera lo escuchamos tararear la canción. Acto seguido, mis otras dos hijas hicieron lo mismo así que resultaba un total misterio lo que iban a presentar. Por fin llegó el día. Tras un rico desayuno y convivio con mamás de la escuela comenzó el tan esperado festival cuyo tema eran las canciones de hace 20 años.
Después de presentarse varios grupos, le tocó el turno a mi hijo. Debo aclarar que soy ese tipo de mamá que llora desde que los ve caminar rumbo al escenario hasta que acaban, además grito intensamente, me gana la emoción y peor aún si cruzamos miradas. El sonido comenzó y yo no podía creer que la canción elegida era la mismísima “Macarena”, no es precisamente mi favorita, de hecho la acabé alucinando por las miles de veces que la escuché en todos lados pero en ese momento era la más bella de todas, la más, hasta la canté. Mi pequeño bailaba y brincaba con cada “aaaaajaa”, para entonces, yo ya era fan número uno de la canción además de ser el pavo real más grande de todo México ya que mientras el estuvo arriba nos miramos durante todo momento. Después del “macarenaso” le tocaba el turno a un grupo de niños que tienen la fortuna de contar entre sus compañeros con una niña, “sonrisas” como la llamo, que tiene discapacidad (la verdad nunca he estado de acuerdo con ningún término al respecto ya que creo que todos tenemos discapacidades o necesidades especiales y no pertenecemos a un grupo en específico por ellas… Pero… Esta es otra historia). Al entrar al escenario de la mano de Luis y otra compañerita “sonrisas” iba llorando ¡Claro! Los nervios, la gente que los observa, el ruido etc. Seguramente, yo también estaría llorando. Pero lo delicioso de la situación es la complicidad del grupo que la acompañan, es notable que la coreografía de la canción está diseñada para que ella participe, o mejor dicho, para que el resto participe con ella, se trata de “La Calle de las Sirenas” de Kabah. Al comenzar gran parte del grupo esta sentado junto con “sonrisas”. Durante la canción con mucha ternura Luis, su compañero, le ayuda a pararse y algo le dice al oído que parece calmarla mientras él sonríe, siguen interactuando como pareja durante el bailable y él la mueve suavemente, sin dejarla de ver, con mucho cuidado como si fuera de cristal. Él con la mirada busca a su mamá, le brillan los ojos, su mamá asienta con la cabeza, están conectados. Todo parece ser que la presencia del muchacho tranquiliza a “sonrisas” y pueden seguir armoniosamente con el acto mientras él continua acompañándola en cada paso con ternura y admiración. Termina la canción y como buen grupo esperan a que “sonrisas” salga del escenario ayudada por Luis y otra compañera, se van entre aplausos, ovaciones y lágrimas, saben que hicieron un gran papel. Así pasaron los demás niños, cada una de las mamás orgullosas de sus hijos como seguramente se sentía Karla mamá de Luis quien había demostrado su más profundo sentido de humildad hacía una niña que le enseña a diario que la vida no es tan difícil como él la concibe y que los retos se logran a través de mucho esfuerzo, donde no existe lo imposible cuando hay fuerza, voluntad y dedicación.
Sí el resto de las escuelas supieran qué importante es la inclusión para los alumnos al sensibilizándolos y haciéndolos más humanos, ni siquiera existiría el termino de escuelas incluyentes… Pero… Esta también es otra historia.
Después de unos días tocó el turno a mis hijas donde la dinámica del evento es diferente pero con resultados igual de encantadores. Busqué ansiosamente el mejor lugar para verlas y ellas a mí, siempre acompañada de mi bolsa de kleenex. Mi hija mayor canto primero una de mis canciones favoritas: “Can´t Take My Eyes Off You” de Gloria Gaynor paradójicamente así fue, no dejó de mirarme toda la canción lo cual provocó que no pudiera contener la emoción. Después siguió mi hija chica quien cantó: “Beat It” de Michael Jackson, canción complicada pero tan divertida que me reía de ver su carita de pena y seguridad que le dan esos momentos. Al terminar, había una mamá entre miles, ósea yo, renovada de entusiasmo por dentro.
A partir de estos eventos estas tres canciones se convierten en mis favoritas dentro de mi play list, hasta la Macarena se ganó su lugar, las compro y descargo en mi iPod que me acompaña a correr y cada vez que las escucho mi estómago siente mariposas, la piel se me enchina, quizás me salga una lágrima pero seguramente traeré una gran sonrisa porque recuerdo sus caritas, sus miradas, admiro su esfuerzo conteniendo la pena, todo con un sólo fin: de dedicárselo a su mamá, a mí, sólo a mí. Por eso, infinitas gracias que me llevo en ese rubro de vida que se llama: MAMÁ. ¡Aaaajaá!