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  • Ana E.

El verano y sus cursos.


Se acercaba el verano y una amiga me llamó- Ana, ¿cómo vas con los cursos de verano? En ese momento no había buscado nada, pero como todas, me apliqué. Para el verano tenemos que buscar algo que les guste, con actividades diferentes a las que realizan todo el año. Las mamás de hijos con necesidades especiales además vemos que sea factible que las puedan hacer, que los acepten, que sea un curso incluyente, que tomen en cuenta al monitor que los acompaña, que tengan criterio, que crean en las bondades de la inclusión y en querer construir una sociedad más sensible, etc. Es decir, una búsqueda compleja.

Recurrí a ciertos territorios conocidos. Catic, un centro de terapia que conozco bien, el Colegio Williams, la escuela incluyente de mi hija, las recomendaciones de Amigos la Revista, porque son siempre buenos tips. Pero sin duda había que buscar más. El Helénico, clubes deportivos, centros culturales…

Lo más pesado es llegar y tener que dar explicaciones. Elegir un sitio y un programa lindo para entonces averiguar si no le “temen” a la inclusión, y como en todas las actividades que hacemos resistir un par de portazos para que entonces se abran puertas que valen la pena. Yo elegí dos cursos nuevos. En la Academia de Arte de Florencia fui a una entrevista, la coordinadora tuvo que solicitar autorización para que mi hija fuera acompañada. La solicitud fue aceptada y más bien yo tuve que comprometerme a que alguien estuviera con ella en todo momento. Como ya es habitual en mi hija, fue conejillo de indias (risitas). La única asistente al curso con una discapacidad y el primer momento en que el centro se abría a la inclusión. El resultado fue magnífico. La coordinadora me dijo que la experiencia superó sus expectativas. Mi hija realizó todas las actividades programadas sin excepción, con adecuaciones y apoyo, pero vi fotos de ella haciendo yoga aérea colgada de cabeza; teatro, música, artes plásticas, jazz, etc.

El segundo curso fue de cocina. Coco Patisserie, realizó cursos de repostería por semana. Ahí pasó algo relevante. Una amiga me hizo favor de inscribirla, desconozco qué explicaciones dio, y qué preguntas habrá tenido que responder, pero pareció no ser nada complicado, por lo que me vuelvo a preguntar si a veces la propia carga emocional que traemos los papás nos hace más difícil el camino. Las muy jóvenes organizadoras del curso acompañaron a mi hija, como a todas las demás, en los procesos de elaboración de la comida. Y el resultado fue que estuvieron felices y quieren continuar con clases de cocina una vez que volvamos a clases.

Esta reflexión, ahora que está próximo a terminar el verano es por dos motivos. Uno sin duda reconocer a todos aquellos que se abren a la inclusión, que comparten esta idea de que así es la vida, todos somos diferentes, y tenemos derecho a serlo. La segunda es por mi amiga y todas las que vamos en este camino, sí podemos ir abriendo nuevos espacios para nuestros hijos, idealmente llegará el momento en que no tengamos que dar explicaciones, pero mientras eso suceda podemos remar en un mismo sentido. En todas las actividades que realicemos vale la pena recordarle a quien lo organice que tal vez una persona con discapacidad podría querer probar esa actividad, y con ello dejarles la inquietud.

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