Hoy, a poco más de un mes de que se conmemoró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, dedico un recuerdo para tener conciencia de las barreras que debemos eliminar para tener una sociedad inclusiva.
El verano pasado, mi hija que en ese entonces tenía 13 años, como de costumbre se inscribió con su grupo de amigas al curso de verano del Club deportivo al que vamos. El verano avanzó y mi hija me platicaba de sus actividades diarias con su grupo y de unas hermanas gemelas que se habían integrado al grupo, a quienes se refería con especial cariño, me decía que una de ellas la consideraba su mejor amiga. Pasadas 3 semanas reunida con mi hija y sus amigas a la hora de salida del curso de verano, las niñas me presentaron a sus amigas gemelas, quienes tienen Síndrome de Down. Con gran gusto pude ver que nadie buscó diferencias entre las seis adolescentes que salían contentas. Cabe resaltar que mi hija nunca me comentó de la condición de sus amigas gemelas. Tiempo después en una plática de las mismas niñas escuché los buenos momentos que pasaron en el verano y la gran oportunidad de que hubieran recibido el cariño, ternura y amistad de sus amigas gemelas y que ojalá fueran en alguna de sus escuelas.
Algún día le pregunté a mi hija, el porqué no me había platicado de la condición de las gemelas y me contestó que las diferencias de las niñas del curso es lo que lo hacía divertido, fue divertido enseñar de la comida de México a una niña japonesa, enseñar español a una francesa, hacer cantar a una niña que casi no hablaba y jugar con las gemelas. Me dio gusto ver que se pueden reconocer las diferencias pero que las mismas no den lugar a discriminación.
Ojalá pudiéramos conservar la capacidad que como niños y adolescentes tenemos para no distinguir ni agrupar a las personas por sus características o condiciones. Busquemos enriquecer nuestras vidas y nuestras comunidades sin hacer distinciones. Exijamos en los colegios, academias y comunidades a las que tenemos acceso, una sociedad inclusiva.