Soy profesora de educación especial y actualmente laboro como acompañante educativo terapéutico (monitor/sombra) de Diego, un niño con PCI.
Junto con Diego he vivido durante este último mes una de las experiencias más gratificantes y satisfactorias tanto a nivel personal como profesional.
Todo comenzó antes de concluir el ciclo escolar (2015-2016); la mamá de Diego tenía la inquietud de inscribirlo a un curso de verano fuera del ámbito escolar al cual está acostumbrado, es decir, ir más allá de su zona de confort; deseaba que Diego conviviera con otros niños que no fueran familiares ni amigos cercanos, niños sin discapacidad dando apertura a la sensibilización ante la misma, brindándoles tanto a ellos como a Diego la oportunidad de conocerse apoyando al mismo tiempo la inclusión.
Lamentablemente, en su búsqueda, encontró negativas y pretextos absurdos para que Diego tuviera el acceso a un curso de verano donde la mayoría de sus compañeros fueran niños sin discapacidad pero que, a su vez, la discapacidad también estuviera presente, un curso INCLUYENTE.
Después de un tiempo de búsqueda se abre una puerta, Risaterapia. Diego, su familia y yo estábamos muy emocionados por esta nueva experiencia pero, 4 días antes de dar inicio, el curso es cancelado por falta de asistentes comenzando nuevamente la búsqueda siendo ahora, la biblioteca IBBY, la que abre sus puertas para Diego quien sería el único niño con discapacidad inscrito a su curso de verano.
Llegamos el primer día con emoción, incertidumbre, alegría e inmensas ganas de vivir esta experiencia.
En cuanto entramos al espacio de la biblioteca donde se llevaría a cabo el curso y se encontraban los demás niños, dieron inicio las miradas dirigidas hacia Diego y hacia mí, el bombardeo de preguntas, la curiosidad al observar la diversidad de frente la cual, quizá para algunos, por primera vez, comenzaría a ser concientizada encontrando las semejanzas y diferencias inherentes en todo ser humano reconociendo a Diego como su igual, como lo que es y lo que ellos son, NIÑOS…
Algunos de sus compañeros se acercaron más que otros, estrecharon sus manos, lo saludaron, miraron sus ojos, en sus ojos y a través de los mismos mientras los demás observaban a lo lejos dejando ver, a flor de piel, su curiosidad, interés y deseos de conocer, saber, aprender, convivir, compartir.
Conforme transcurrieron los días, todos los niños, sin excepción, se acercaron a Diego, jugaron con él y lo hicieron partícipe de todas las actividades siendo ahora ellos sus acompañantes, sus guías, sus monitores, sus sombras.
Observé como Diego se hacía notar ante sus compañeros siguiendo sus pasos, exigiéndose a sí mismo para alcanzarlos, a la vez que los demás niños comenzaban a seguir el ritmo de Diego existiendo una relación de correspondencia donde la diversidad y la diferencia que siempre han existido y nunca dejarán de hacerlo, emergen demostrando la riqueza del ser humano, de las relaciones interpersonales, del mundo.
Nunca olvidaré el grandioso brillo en los ojos de Diego al escuchar a sus compañeros, convivir y jugar con ellos, sus sonrisas de júbilo así como la total y completa expresión de alegría en su rostro.
Puedo asegurar que todas las personas que fuimos partícipes de esta experiencia la tendremos guardada por siempre en nuestra memoria y corazón luchando día a día por el respeto, convivencia, justicia y oportunidades en un mundo donde seamos libres de participar en, con y para la sociedad, un mundo donde los 365 días de cada año sean un… ¡VERANO INCLUYENTE!