No me considero una persona naturalmente resiliente (capacidad que tiene una persona de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro). Afrontar las dificultades encontrando mis propias fortalezas y bondades dentro de la adversidad, no me sale natural. Creo que esto puede deberse en parte a que antes del nacimiento de Jimena, mi vida había transcurrido en general, sin mayores pérdidas o tristezas. Por eso, ante el diagnóstico de mi hija, por mucho tiempo me sentí perdida, como si ya no hubiera oportunidad de sentirme feliz.
Mi esposo, en cambio, considero que sí es una persona resiliente, y he podido aprender de él, entre miles de otras cosas, que es posible sobreponerse a las adversidades y ser feliz con ellas. Porque la realidad es que todos vivimos –o viviremos- alguna adversidad en la vida, y es bueno analizar de dónde podemos sacar fortalezas.
He encontrado que mis fortalezas están, por ejemplo, en mi capacidad de organizar a la familia, de analizar alternativas para tomar decisiones de todo tipo: terapias, escuelas, viajes; en mi capacidad –que he ido desarrollando- de emocionarme por la vida misma de Jimena, por su belleza, su risa, su cariño e inteligencia, y de emocionarme y vivir también al máximo el crecimiento y alegría desbordante de JuanFer.
Sobre todo, mis fortalezas están en la gente a la que amo y me ama: en mis hijos que me llenan de fuerza y amor todos los días; en mi adorado esposo, en mis hermanas, cuñados, papás, suegros, amigos y gente que he ido conociendo en este camino.
Si bien por supuesto es difícil vivir con un hijo con discapacidad, ahora puedo decir que no todo es dificultad, que soy inmensamente feliz con mi familia y que creo que he adquirido o desarrollado habilidades para ser resiliente y vivir mi vida “sin azotarme” por las dificultades, porque la verdad, como decimos en PHINE, la discapacidad no es una tragedia, simplemente es una situación más de vida.