Mi hijo mayor que hoy tiene 20 años fue diagnosticado con Síndrome de Asperger a la edad de 13 años. Así de “complicado” fue el diagnóstico, y lo pongo entre comillas porque de haber sabido entonces lo que hoy sé sobre el síndrome, lo hubiéramos podido diagnosticar muchísimo tiempo antes, es así como me di cuenta del gran desconocimiento y la poca ética de muchos especialistas por los cuales pasamos, que sin tener idea del diagnóstico, continuaban con las terapias que comenzaron con él desde los cuatro años.
La vida con un hijo con Asperger es igual a las de los demás, solo que sus características parecieran situaciones de la vida ordinaria pero magnificadas. La intensidad con la que viven sentimientos y situaciones es lo que en ocasiones complica la convivencia con el entorno, pero haciéndolo de una forma tan natural que pasa desapercibido.
Vivir con un trastorno que no es evidente a simple vista hace que los padres y la familia tratemos al niño como cualquier otro, lo cual desarrolla en ellos habilidades que los llevan a continuar su vida sin tantas complicaciones, o eso es lo que parece, pero en su interior luchan por entender un mundo que es complejo y lleno de momentos que requieren habilidades sociales que ellos no pueden desarrollar por la inflexibilidad de pensamiento que presentan o por los procesos sensoriales que tienen, los cuales pueden hacer muy molestos o dolorosos algunos eventos que otros niños pueden disfrutar muchísimo como una visita al cine, una fiesta ruidosa, un concierto o unas carreras de autos.
Los tumultos son otra situación de estrés, entonces la convivencia con los compañeros se ve afectada, pues no disfrutan las mismas situaciones que ellos, incrementándose por los intereses restringidos que presentan, eso quiere decir que se apasionan por un tema y es su foco de atención.
¿Se imaginan platicar con un experto en videojuegos y que toda la conversación gire todo el tiempo en lo mismo? Bueno, pues en una reunión corta es interesante pero cuando esto se presenta todo el tiempo y todos los días ya es otra cosa. Mi hijo conoce su diagnóstico, y más de una vez me ha comentado que él cree que es una ventaja en lugar de un problema, ya que su foco de interés lo puede llevar a ser experto en el tema y por lo mismo focalizar su atención al trabajo que decida desarrollar.
Él ha encontrado en la universidad este punto de interés, mi hijo cuenta con una red de amigos que son su apoyo, y él mismo es quien los ha escogido, tiene novia y cada día se construye un futuro que espero lo lleve a la independencia social y económica, pero sobre todo donde pueda ser feliz.
Aquí recuerdo una frase que le escuché a Gerardo Gaya, “en el mundo hay dos tipos de personas, los que se tiran al precipicio con alas y las que las construyen mientras están cayendo”. Sabemos que cuando mi hijo termine esas alas, serán hermosas, enormes, muy fuertes y con el suficiente impulso para llegar a donde él quiera, porque el material principal del que están hechas es mucho amor, comprensión y alegría.