Recuerdo muy bien el día en que empecé a rezar a Dios para que Jimena pronunciara las palabras “Mamá” y “Papá”. Les cuento que Jimena es mi sobrina bonita, de hermosos ojos grandes, risueña, inquieta y con parálisis cerebral. Pues bien, ese momento fue un día en que mi esposo Jorge y yo (embarazada de mi hoy hijo mayor Alonso), visitamos el Santuario de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y a quien mi Papá, abuelo de Jimena, le profesaba especial veneración.
Hice una oración con toda mi alma para que Jime, quien se comunica de forma distinta a las palabras, pudiera decir con su boca esas, justamente esas: Mamá y Papá. Y no era porque yo no aceptara su discapacidad. Tampoco era porque me resistiera a las formas alternativas de comunicación, que considero muy valiosas y en las cuales los padres de Jime, la familia más cercana a su realidad diaria y su cuidadora, han puesto mucho empeño. Era, como pueden bien imaginar, por lo que yo sabía que eso provocaría en Mónica, mi hermana, y en Memo, mi cuñado, en su corazón de madre y padre, en quienes con infinito amor, paciencia, y ternura, han dedicado gran parte de su vida de este periodo, al cuidado cariñoso y al desarrollo integral de su niña. Y desde ese primer día con San Ignacio de Loyola, hace ya 6 años, lo seguí pidiendo cada día después.
En las vacaciones pasadas de Navidad en que fuimos a visitar a la familia, en el momento de la despedida, me acerqué al oído de Jime y le susurré que si quería, sin presión y si se sentía capaz, le dijera a su Mami y a su Papi esas palabras. Nadie más escuchó, sólo ella. Al día siguiente, cuando ya nosotros estábamos de vuelta en nuestra casa, mi hermana Mónica nos escribió que estaban partiendo la Rosca de Reyes y que Jimena volteó a ver a su Papá y con una gran sonrisa y toda intención le dijo: “Pa”. Y que luego se lo volvió a decir varias veces, y que fue un momento súper feliz y emotivo. Cuando yo leí ese mensaje, rompí en llanto.
Estoy consciente de que caben muchas interpretaciones a ese hecho, algunas místicas, otras más psicológicas, y otras espirituales, aunque no necesariamente religiosas. No puedo probar que haya sido la oración o la petición a Jimena, o un poco de ambas, o ninguna, aunque como decía el célebre astrónomo Carl Sagan, la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia…Por mi parte, quisiera compartirles las dos enseñanzas que a mí me produce. Una, es que la fe verdadera redunda en cosas maravillosas, en veces milagrosas. Y otra, quizá la más importante para efectos intercomunicativos con Jime, es que hay que decirle, pedirle, sugerirle…hablarle de lo que pensamos, sentimos o queremos, con honestidad y desde el corazón, como hacemos (o nos cuesta hacer) con todas las otras personas. El hecho de que ella ahora no responde con palabras no significa que nosotros no podamos decírselas y aconsejarle fórmulas, o que ella no las comprenda.
Cuando pienso en por qué nunca le dije eso en 6 años, la verdad es que no sé responder… Quizá por miedo a pedirle más de lo que yo pensé que podía hacer o dar, o por los avatares de la vida, o por tratar de asumir su condición sin más. Pero al momento de decírselo, ella lo supo entender y dio el paso. Jime con su perspicacia, su esfuerzo y el acto de amor a sus Padres –y no dudo que también vendrá el “Ma”- me ha enseñado la posibilidad de sobrepasar los propios límites por un amor ilimitado. Y no con ello quiero presuponer que en todas las ocasiones se producirá el resultado deseado, sólo que no nos dejemos detener por miedos, prejuicios o prisas. Que esperemos –de ‘wait’ y de ‘hope’- y creemos el momento de comunicarnos con ella, en nuestra manera, que ella responderá en la suya, y a veces, como una chispa de luz en el cielo, éstas coincidirán.