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Ana Elisa P.

Sentirse Útil


Hace unos años acompañamos a los abuelos cuenta cuentos a una sesión de cine y palomitas con los niños de una casa hogar para niños con discapacidad. En ese entonces mi hija, que tiene parálisis cerebral, habrá tenido unos 8 años. En ningún momento se sentó a ver la película, ella repartía las palomitas. Cuando quiso entregarle a Andrés su vaso de palomitas, él no lo pudo tomar, entonces ella se paró a su lado y lo sostuvo mientras él con gran esfuerzo iba tomando una a una. Me dijo “yo vengo a trabajar”.

A mí me dio un vuelco el corazón ante la lección que una vez más ella me daba. Siempre estamos cuidando de ella, y ella quiere cuidar de los demás y sentirse útil. Qué importante es sentirse parte del sistema y poder retribuir, compartir con los demás nuestras cualidades.

Ahora ella tiene 12 años y le pregunté si le gustaría trabajar, cumplir con una responsabilidad, sentirse útil y tener una retribución por ello. Me dijo que sí, ¡feliz! Entonces como era de esperarse me enfrenté al reto de buscarle un espacio de trabajo, donde tuviera funciones que ella pueda realizar considerando su discapacidad y que a la vez fuera un lugar seguro y en donde estuviera protegida. No está fácil.

Me dijo que le gusta el diseño de modas, entonces pensamos en una tienda donde pudiera atender clientes, buscarles las tallas, doblar la ropa, barrer la tienda, etc.… dudó de mi propuesta. Después dijo que arreglar a las personas (o sea peinarlas) le propuse un salón de belleza, donde pueda ofrecer café, entregar la bata, barrer, etc.…tampoco la vi muy convencida. Entonces pensamos en el kínder donde ella asistió de pequeña (ese mágico lugar que siempre siempre estará en mi corazón) y le propuse compartir con niños pequeños lo que ella sabe y ser responsable de cuidarlos. Inmediatamente sonrió satisfecha de imaginarlo.

Paulina, la directora del kínder le hizo la entrevista. Con enorme seriedad, sentada en su escritorio, invitó a mi hija a sentarse frente a ella. Le preguntó su edad y grado académico. Mi hija contestaba bajito, jugando con sus manos en señal de mucho nerviosismo. Luego le dijo que “necesitaba” a una asistente para el salón de los más pequeños. Le explicó con todo detalle lo que se espera de ella: recibir a los niños y acompañarlos a su salón, colaborar en las actividades del salón con la miss, en el lunch ayudarlos a identificar sus loncheras, y abrir sus tuppers. En el recreo supervisar que no haya peleas ni accidentes, y a la hora de la salida acompañarlos. Establecieron los días de trabajo y los horarios, a lo cual ella dijo que tenía un problema porque tenía que cuidar a sus perritas (habló la que nunca las cuida) pero se comprometió a resolverlo. La directora le dijo que al término de sus días de trabajo le pagaría y entonces ella firmó su contrato.

Desde ese día hasta hoy (5 días después) le ha dicho a todo mundo que tiene algo muy emocionante que contar, me pregunta cada hora cuánto falta para que inicie su trabajo. Está feliz. Y yo no tengo como agradecer a esa extraordinaria directora que captó la enorme relevancia de este evento, que le dio seriedad y que sigue contribuyendo como lo ha hecho desde que mi hija tenía 3 años a sembrar en ella experiencias y aprendizajes relevantes para su vida.

Desearía que hubiera más personas como ella, más lugares como ese kínder, más oportunidades para los niños con discapacidad y sus familias. ¡Más!

Al platicarle a su papá que tendría un empleo, él le dijo que si lo pensaba invitar de viaje y la respuesta textual fue: Ahí tenemos un problema papá, porque ese dinero es para comprar mi casa.

Y esto es sólo el principio.

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