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Mafer M.

Hoy le tocó a mamá estar enferma


Hoy le tocó a esta mamá estar enferma. Abue Pichi, como es habitual en estos casos, me acompañó al doctor mientras Marcelo se quedó feliz con el Abue Fer viendo la tele.

De regreso a casa de los Abues, ahí estaba Marcelo, sentadito en las piernas de Abue Fer tratando de decirle algo entre señas y vocales que el Abue no podía comprender -qué lástima que no pude capturar ese momento en una foto-. Lo que Marcelo intenaba decires que que quería ir al baño. Yo, de manera automática, me acerqué para cargarlo,como siempre lo hago. Abue Pichi gritó a lo lejos, “hijita, no cargues a Marcelo, deja que tu papá y yo lo hagamos”.

En un primer momento, agradecí enormemente la intención, porque en verdad me sentía mal y tenía unas ganas tremendas de aventarme a la cama a descansar. Pero no pasó mucho tiempo cuando recordé, por milésima vez en el día, todos los días, que con casi 9 años, 1.15 mts, 19 kg y una motricidad limitada, Marcelo requiere de mucho apoyo para realizar la mayoría de sus funciones y cada día se requiere una mayor fuerza y técnica para apoyarlo. Los Abues con su gran corazón y amor nos ayudan hasta donde ellos pueden, lo cual agradezco y valoro enormemente, pero la realidad es que en ese momento, como en muchos a lo largo del día, el pensamiento que viene a mi cabeza, acompañado casi siempre de una sensación de angustia y temor, es “no me puedo enfermar, a mí no me puede pasar nada mientras Marcelo no sea lo suficientemente independiente como para arreglárselas por sí solo”. Entonces, se me olvidó cualquier malestar, tuve que tirar el traje de la autoconmiseración y dejar para otra ocasión los apapachos y quejiditos. Me levanté con un poco de esfuerzo, no lo puedo negar, tomé a mi hijo en brazos y lo llevé al baño para que hiciera pipí.

Es cierto, a todas las mamás de este mundo en un momento(s) o etapa(s) de la vida nos llega ese sentimiento de querer ser inmunes ante cualquier mal o enfermedad, esa sensación de tener que estar ahí para nuestros hijos -y para la casa, para el marido, el trabajo, el perro…-, esa angustia de tan sólo pensar en que algo pudiera pasarnos y tuviéramos que dejar a nuestros hijos desamparados, más aún cuando se trata de un hijo que de una u otra forma necesita de tu apoyo y ayuda extra y constante.

Pero existe el otro lado de la moneda, una realidad innegable: ni somos inmunes al mal, ni somos súper heroínas y, mucho menos, inmortales. Es entonces cuando tenemos que caer en la cuenta que no está mal darnos un chance, de descansar, de consentirnos, de darnos un gusto, de “dejar que nos ayuden y nos apoyen”, porque es cierto que en muchas ocasiones, somos nosotras mismas las que no nos dejamos ayudar. Es importante buscar y encontrar ayuda en nuestras redes de apoyo, la familia, los amigos, instituciones y profesionales. Cuidar de nosotras mismas significa cuidar de aquellos a quienes amamos, porque así esteremos en mejores condiciones de dar lo mejor de nosotras para cuando nuestra presencia y apoyo se requiera de forma irremplazable.

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