Habían pasado muchas semanas de terapia intensiva y terapia intermedia. Ana Lucia, había luchado y ganado innumerables batallas y con seis semanas de vida nos tenía a sus papás y médicos cautivos. Ya respiraba sin ayuda, succionaba su biberón de manera adecuada y pesaba lo que un recién nacido. Los estudios finales indicaban que estaríamos bien, con mucho trabajo por delante, con rehabilitación constante y todo el empeño que su pequeño cuerpecito podía poner. Nos hablaron sobre plasticidad cerebral, sobre medicamentos y técnicas de rehabilitación, y después de intensas ponderaciones, todo estaba bien, Ana Lucía iba con nosotros a casa. Terapia varias veces por semana, ejercicio en casa todos los días. La vimos crecer y Mario y yo crecimos con ella, a su ritmo. Descubrimos que lo que más trabajo cuesta se valora más, festejamos su primera sonrisa, y la primera vez que movió la mano como si nos estuviera saludando, brincamos de emoción cuando logró hacer equilibro sentada y empezó a poner atención a lo que sucedía a su alrededor, cuando notamos su gusto por la música. Inolvidable cuando aprendió a aplaudir y nosotros a dimensionar lo que el cerebro de un pequeñito está haciendo para lograr eso. Cuando con mucho esfuerzo y después de muchos intentos se puso de pie agarrada del barandal de su cuna, y qué fiesta el día que gateó por primera vez, estaban los abuelos y los primos y se armó de valor y se puso a gatear, para entonces Ana Lucia tenía dos años y medio.
Su ritmo no es el de los otros, sus tiempos no son los de nadie mas, ella todos los días avanza en algo, todos los días descubre algún pequeño detalle de la vida, ella todos los días ve con los ojos del corazón lo que los demás olvidamos. Goza el regalo de la vida, ha tocado muchos corazones y cambiado vidas con su ejemplo, es la fortaleza de papá y de mamá. Las terapias la agotan, llora hasta no poder abrir lo ojos y cuando el trabajo termina sonríe, abraza a su terapista y le da las gracias. Todos los días me da una lección. Cuando estamos solas yo me olvido de todo pero cuando vemos otros niños y veo la grandísima diferencia en el desarrollo me cimbro.
Hago mi mejor esfuerzo por no llorar y ella en cambio hace su mejor esfuerzo por participar. Quiere jugar futbol, porque su primo juega futbol y no le importa si para ello tiene que estar tomada de mis manos, y grita de emoción cuando va tras el balón. Ha mejorado en lenguaje y coordinación.
Hasta ha dejado el pañal, aun cuando sabe que depende de nosotros para que la llevemos al baño, creo que se arriesga y cree en mi.
Todos los días espero estar mas cerca de mi meta, que es cerrar la diferencia con los otros niños de su edad, y sin embargo creo que con el tiempo la diferencia se ha hecho mayor, sus alcances no cumplen los tiempos que los propios médicos ponen y me angustio. En cambio ella todos los días se levanta renovada, cada vez es mas consciente de sus diferencias y aun así se divierte y lucha por ser mejor. Mi gran regalo de la vida es una maestra que pareciera entender el milagro que es tenerla con nosotros y está agradecida. Y mientras yo, aprendo de tenacidad.
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