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  • Ana E.

Los momentos en que me aferro a su sonrisa


Hace unos días Victoria le pintó las uñas a Ana Lucia, de amarillo. Primera vez. Ana Lucia tiene muy claro, y con ella no hay medias tintas, que las niñas no se pintan. Y nunca logré que se dejara poner ni brillito en los labios para una presentación de ballet. Entonces esto, como siempre, es un logro de su hermana, y de su tía Fabiola que les regaló las pinturas.

Ana Lucia caminó toda la tarde con las manos levantadas y los dedos bien estirados en una combinación entre diva y pingüino. Cuando llegó la noche encontrar una buena posición para las manos estuvo complicado, que se vieran, pero que no se rayaran, pero que ella pudiera dormir, etc... Vino a mi cama unas 5 veces con preguntas sobre las uñas antes de que ya de plano nos ganara la risa a todos. Le hicimos cosquillas, nos abrazamos y nos reímos sin control. Fue una belleza volver a escuchar sus carcajadas, su capacidad de asombro, su sencillez. Extraño mucho a mi niña de los ojos alegres.

La niña le ha dejado paso a la pre-adolescente que lucha con ella misma y conmigo. Llevo unos meses en el vaivén de la dualidad celebrando las actitudes de madurez y lidiando contra los cambios de humor y las respuestas feas.

Por un lado su rebeldía en la escuela, es una señal de pertenencia. Antes a sus amigos los regañaban y a ella no. Creo que se siente importante de que la manden a la dirección (y yo también). Por otro lado, como escribí alguna vez sobre mi hija grandes/chica, sigue igual, ama ver Princesita Sofía pero esta picada viendo Soy Luna, siguiendo unas historias de las cuales comprende la mitad, pero tiene esta gran afinidad con sus amigas. Su autonomía todavía requiere de mucho trabajo, sin embargo habló conmigo y literalmente me dijo que –requiere tener su propio cuarto, porque está creciendo y quiere privacidad. ploc. Y la de esta semana fue bañarse por la mañana antes de ir a la escuela. No puedo más que rendirme de admiración ante su tenacidad y certeza del futuro. Me dice las cosas con todo cuidado, protegiéndome. Con frases como –tranquila mamá siempre te llevaré en mi corazón. Esto ante la confusión de que su cuarto sola pudiera significar casa sola (jajaja).

Sin embargo las metas académicas siguen guardadas en un cajón y generándonos a ambas una profunda frustración, su desinterés por cualquier cosa que no sea la tele, su descontrolado ímpetu por pegarle a su hermana, su hartazgo de la rutina, y las retadoras respuestas de- pero que? Sacando el pecho que nos llevan a –tu no me dices que hacer, o –yo tomo mis propias decisiones. Hasta llegar a –tu no eres mi mamá. En uno estos muy malos días en donde el terapeuta se llevó unos intentos de mordida y de zape y yo apliqué todas las consecuencias que me vinieron a la mente, para la noche era un trapeador sin energía restante para pelear.

Entonces hablé fuerte con ellas. Les hablé del trabajo en equipo que realizamos. Papá su parte, yo la mía y como ellas deben hacer su parte. Más largo y más rudo pero con la intención de dar una sacudida. Al día siguiente en la terapia nos fue igual de mal que antes de plática, pero hubo un cambio. Salimos muy enojadas y me dijo- seguro estoy castigada, ¿verdad? Tras unas profundas respiraciones le dije. Yo si hice mi parte del trato y entonces me merezco pasar una tarde linda con mi hija y disfrutarla. De esto hablaremos luego.

Ahí por un momento me di cuenta que ella está cambiando, pero también yo he cambiado. La rutina y el desgaste nos han pasado la factura y quiero volver el tiempo. Aferrarme a su sonrisa y a esa convicción de que somos un equipo unido, solido e invencible ante lo que venga. Que los retos seguirán pero la enorme satisfacción que me da verlas crecer y acompañarlas en el camino es el envoltorio de este maravilloso equipo en el que tengo la suerte de estar.

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