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  • María C.

Bendiciones inesperadas


Es cuando uno pierde la cuenta de sus bendiciones que es más fácil olvidarse de disfrutarlas y de agradecerlas. Me cuento entre las personas a las que nos pasa seguido. Sin embargo, es nuestro prójimo el que nos va a recordar la grandeza de la vida, porque Dios está en cada uno de nuestros prójimos y a través de ellos nos enseña.

Conocí a María Fermina cuando era una bebé. Ya mi mamá me había hablado de esta heroína, que enfrentó muchas dificultades al nacer y ante una probabilidad muy baja, sobrevivió a terapia intensiva. Su mamá la trajo con nosotros a la playa y yo, una niñera empedernida, me encantaba jugar con ella y hacerla reír. Todas las noches hacía su terapia física, con cascabelitos en las muñecas y a veces en sus tobillitos para ayudarla a identificar sus manos y sus piernas y que su cerebro se diera cuenta de dónde y cómo se encontraba su cuerpo. María fue creciendo y cada vez aprendía más y más. Recuerdo aún que un día mi mamá me enseñó un video que le había enviado Margarita. Entré en shock cuando me di cuenta de quién era esa delgadita niña de trenzas largas que caminaba con paso firme por un centro comercial. No pude evitar que se me aguaran los ojos. María Fermina, que tanto le iba a costar, ya caminaba sola.

María es una gran niña. Hace nuevos amigos en la escuela con una gran facilidad. Sus terapias fueron haciéndose más tediosas pero no por eso se rinde. Como a muchas niñas, desde pequeña le gustaba el maquillaje y la música. También ama tomar fotos, y hace poco menos de un año le caché una sensibilidad por el teatro cuando fuimos a ver la obra de Hairspray de sus amigos. María aprovecha cada nueva lección que le enseñan, pone atención a todo su entorno y encuentra la diversión en las cosas más simples. Es amable con sus profesoras, terapeutas y con las personas que trabajan en su casa. Tiene ya tres hermanos sensacionales que la quieren y sé que conforme crezcan van a relacionarse cada vez más cerca y se ayudarán mutuamente a crecer.

Siempre que veo a María Fermina recuerdo el largo camino que ha recorrido. Pero su sonrisa contagiosa es prueba de que el suyo no ha sido un camino meramente doloroso, sino uno de alegría, amistad y mucho amor de ella para con los demás y los demás hacia ella. María me ha enseñado que así debe ser nuestro camino, fundado en la fe y en la humildad de agradecer, sabiéndonos hijos consentidos de Dios. Si aprendemos a vivir como María y su familia lo hace, nos daremos cuenta de que ninguno de nuestros problemas es mayor que nuestras bendiciones. Tan solo tenemos que buscarlas en nuestro prójimo y alrededor nuestro, en nuestras casas, nuestro trabajo, nuestra iglesia.

María Fermina ha sido una bendición para todos desde que nació. Y para mí, a pesar de su edad, una maestra de vida.

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